Papam Franciscum (III)

Palabras Mayores

Escribe: David Guillén Patiño (columna_palabrasmayores@hotmail.com)

Es tal su anacronismo y relajación, que la Iglesia Católica no necesita únicamente reformas, del calibre que fueren; más bien, como escribió hace 24 años el entonces sacerdote jesuita Salvador Freixedo, esta institución requiere, en el mejor de los casos,»un sacudimiento violento» en todos los aspectos, pero empezando desde sus más altas esferas: las escalinatas se barren de arriba hacia abajo.
Viene a propósito una breve consideración de su obra Mi Iglesia Duerme (Editorial Posada), en la que, si bien el clérigo deja clara su aceptación del Papa como»jefe de la Iglesia» y como «el más alto represente oficial de Cristo», también precisa: «…no soy un papólatra». Nada mejor que razonar su postura, esto, a unos días de la asunción al «trono» de Jorge Mario Bergoglio. «No rindo culto ni de dulía al Sumo Pontífice –explica–, y menos a la curia romana. Me choca cierto tipo clásico de cristiano que se extasía hablando del Santo Padre, y que sería capaz de darle todo lo que él le pidiese, creyendo que el mismo Cristo se lo pediría».
De igual modo, hace un valiente planteamiento: «…estamos pidiendo, y creo que lo pide también la cristiandad, que (en el Vaticano)se acabe la parte de espectáculo que tienen ciertas ceremonias…Todos los vestigios mundanos y aún escandalosos de pompa, poder y lujo que todas las edades han ido dejando en muchas ceremonias vaticanas, sean de la era constantina, medieval o renacentista, tienen que desaparecer para acomodarse a un estilo más auténtico de nuestro tiempo.

«Lo que en Roma puede parecer natural, por consuetudinario–observa en otra porción del libro–, no luce de la misma manera, a miles de kilómetros, y parece positivamente mal en países cuyo principal ciudadano se llama MISERIA, y no hay que olvidar que el Sumo Pontífice es también el Padre de todos esos miserables… Nunca hay que perder de vista que el Vaticano entero es la cabeza y el símbolo de una institución fundada para perpetuar y propagar las enseñanzas de un hombre que nació en un pesebre y que murió desnudo en una cruz.»

En su denuncia de 263 páginas, a la que también llamó un «grito de dolor», así como «de reclamo» y «de rebeldía», el excomulgado Salvador Freixedo es directo al cuestionar: «Tampoco vemos por qué la cabeza de la Iglesia (el Vaticano), que bastante desgracia tiene ya con haber asumido la forma de un Estado más entre todos los Estados del mundo, haya de proceder, en sus relaciones con los demás Estados, con el mismo estilo opulento y mundano que los Estados más ricos del mundo.»

Al hablar de la realidad paralela en que se desenvuelve la alta jerarquía, alude al estilo de vida de algunos obispos, arzobispos y monseñores. «Son numerosos los casos que conocemos –dice– de señores nuncios que, viviendo en países en donde hay gravísimas crisis sociales, económicas y religiosas, dan la impresión de estar viviendo en un mundo aparte… encerrados en una campana de cristal que los aísla y los inmuniza de las angustias y de los problemas de la gente que los circunda.
«Mucho ganaría la Santa Sede si, cuanto antes, dejase de tener a los ojos del mundo ese aire de gran señora o, en otras palabras, ese estilo de gran corte imperial… Debería también… tratar de borrar la imagen que hasta ahora ha proyectado, de ser un freno para la evolución de la humanidad y… para la ascensión de todo el género humano hacia Dios… El día que Gregorio IX, en el 1231, instituyó el fatídico tribunal de la Inquisición, fue un día de luto en la Iglesia», remata el autor.
Otras asociaciones religiosas, también en decadencia, deberían aprender del adagio «cuando veas las barbas de tu vecino cortar…», ya que no por diferir de la doctrina católica están a salvo de incurrir en contrasentidos y excesos como los descritos por Freixedo, es decir, a partir de liderazgos notoriamente anticristianos. No lo digo sólo yo, ni nos alerta en este caso, como ya vimos, algún detractor del Papa.

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