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No para en Saltillo

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Baile y cochino

Escribe: Horacio Cárdenas

Sabido es que el mundo, o cuando menos nuestro México, está dividido en dos clases de ciudades: aquellas que son para vivir, y aquellas otras que son para visitar. Estas últimas se cuentan por muy pocas, por comparación con las primeras, que son demasiadas, para los habitantes de estas es un sueño pocas veces realizado el poderse ir a vivir a una de esas ciudades idílicas que se imaginan como una tarjeta postal. Entre esas están en primerísimo lugar las playas, sobre todo aquellas muy caras y que viven precisamente del turismo, porque no se nos ocurre que nadie quiera dejar la comodidad de su aburrida ciudad para irse a radicar a un apestoso pueblo pesquero, a un puerto industrial todavía más apestoso y contaminado. Se ven así mismos de la mañana a la noche acostados en una hamaca y bebiendo una piña colada tras otra, casi como cuando cierta gente que llega al cielo se la pasa vestida por toda la eternidad con una batita blanca y rasgueando las cuerdas de una lira.
Las otras ciudades, las que son para vivir, esas son cualquiera que usted guste mencionar, Saltillo, Monclova, Piedras Negras o Acuña, feas como ellas solas, y cuando alguno de sus gobernantes se esfuerza por darles una mejor vista, esta no pasa de un embellecimiento a fuerzas, que todo el mundo percibe como tal, ¿o se imagina alguien que los “puentes de la gente”, esos que le dieron a Saltillo el mote efímero de “CoahuiYork” son apreciados por alguien como un atractivo turístico, algo que venir de fuera a conocer?, no, esa es infraestructura que se usa, que sirve y punto.
Hay por supuesto ciudades que son más bonitas y atractivas que otras, nadie podrá negar que a pesar de sus calores infernales, Torreón es más disfrutable que Saltillo por todos los conceptos, para empezar porque la capital del Estado libre, soberano e independiente de La Laguna es, y puede presumir de ello, la ciudad más verde del norte de México, en tanto que los habitantes de la capital coahuileña, ecologistas de dientes chuecos para afuera, están peleados con cualquier cosa verde, planta o árbol que ven, misma que hay que mochar para que no afee el paisaje de peladero que tanto les gusta.
Son muchas cosas las que pueden hacer atractiva una ciudad para visitarla o para quedarse a vivir en ella, sus construcciones, la afabilidad de su gente, la amistad para con los visitantes, la tranquilidad, las oportunidades de empleo y de desarrollo personal, en fin, son muchas y muy variadas, pero pareciera que las autoridades locales, verbigracia los encargados de concertar ideas y acciones para

que el entorno sea agradable a propios extraños, tan pronto encuentran algo que haga placentera la vida en Saltillo, de inmediato la roscriben y la prohíben.
No es gratuito el trauma ese que tienen los saltilleros de andar siempre buscando, hasta debajo de las piedras si se puede, algo, cualquier cosa que se pueda presumir como que somo los número uno,, esto como queriendo convencer a los de fuera, y convencerse a sí mismos, que sí, que es cierto, que hay algo especial por lo que vivir en Saltillo, quitándose de una vez la espinita que los aqueja desde que adquieren uso de razón, de que la vida… está en otra parte.
Muchos saltillenses necean respecto a las razones por las cuales algunas de las más importantes delegaciones de las dependencias federales están en Torreón y no en la ciudad capital, encontrándose la explicación simple de que para el centro, Torreón es visiblemente más importante que Saltillo.
El trauma sería menos doloroso si se tratara de Monterrey, ciudad vecina que también odian con odio sarapero, pero que en su descargo tiene que ni siquiera está en nuestro estado, en cambió Torreón ¿qué puede alegar en su defensa?, nada, para lo que a aquellos les importa.
Otro detalle siempre simpático y muy molesto es que desde el corrido de Agustín Jaime hasta la organización de las rutas de transportes públicos de pasajeros, Saltillo siempre ha sido una ciudad de paso… nunca una ciudad de destino.

Que a lo mejor eso no debería ser problema, después de todo, toda ciudad grande y chica está de camino a algún lado, pero en nuestra percepción, esto es visto como degradante por parte de los saltilleros, que no pueden siquiera planear la hora de salida o llegada de los camiones, porque estos vienen y van a algún lado, no salen de aquí.
Recientemente el siempre polémico presidente municipal de Saltillo, Jericó Abramo Masso, acaba de protagonizar una más de estas medidas que hacen de Saltillo un lugar escasamente atractivo para pasear y hasta para vivir, ordenó la clausura de la llamada terminalita de los camiones SENDA que operaba en un edificio frente al Hospital del Niño. ¿La razón?, muy al estilo del intransigente alcalde, era que según habían provocado muchos, infinidad según él, de accidentes, muchas molestias a la colonia, que no tenían permiso de uso del suelo, pese a que tenían allí más de diez años y Jericó tres y feria como mandamás en que pudo haber hecho efectiva la multa, clausura o emitir la liencia correspondiente.
No nos lo va a creer, pero de todas las terminales de camiones, grandes o chicas, modernas o viejas que hemos conocido en este país, la terminalita era la única que no apestaba a central camionera, que no tenía las paredes marcadas por las huellas de quienes ponen las

patotas sobre el muro porque no encuentran donde sentarse, donde había un ambiente si no familiar, si uno de funcionalidad, tranquilidad, eficiencia y profesionalismo, no visto por supuesto en la encogida central de autobuses que está sobre el periférico, sino que tampoco en ninguna otra, y mire que hemos conocido muchas, demasiadas.
Que se busquen un terreno donde quepan y puedan maniobrar los camiones dijo el alcaldete, ¿en esa zona dónde?, los únicos que quedan pertenecen a especuladores como el mismo Jericó y sus parientes, de aquí a que se resuelva el problema, pueden pasar muchos meses o años, si es que hay el interés por parte de la empresa de resolverlo, porque desde nuestro punto de vista y seguramente desde el de los empresarios, Saltillo es un destino muy menor, bastaba ver que los camiones con rumbo al aeropuerto de Monterrey iban a veces con dos pasajeros en total, y aún así no se rajaban para cancelar la corrida. En cualquier chico rato y ante la ofensa y el desprecio, podrían simplemente decir: ya no paramos en Saltillo, y háganle como quieran.
De veras, la llamada Centralita era un modelo de negocios y un modelo de prestación de servicio de autotransporte de pasajeros de primera clase, cómodo, rápido y accesible. Cierto que a veces se complicaba la cosa, cuando se juntaban tres camiones, pero despachaban a una velocidad sorprendente, nada que ver con la central de arriba, donde como en cualquier otra ciudad del país, les corre a los empleados atole por la sangre.
Cada domingo por la tarde podía uno presenciar el desfile de padres de familia que llevaban a sus hijos que estudian en Monterrey a tomar el camión, con la confianza de que aquello no parecía peligrosa tierra de nadie, podía uno llegar a la hora que fuera, y allí pescaba sin problemas un taxi cuyo conductor “no se manchaba su alma” con tarifas que sí son de miedo si se baja en la central a medias.
Si usted quiere es una simpleza, pero no es lo mismo llegar a Saltillo y ver enfrente la plaza comercial más grande que hay en la ciudad, que llegar y sentir como se le aprieta el corazón de tan feo que está por aquel rumbo del periférico.
Efectivamente, como dice la Biblia, el enemigo están en casa, ¿que más botón de muestra quiere que Saltillo y su alcalde Jericó, que lo poco decente, lo poco atractivo que tiene la capital, se lo va quitando tan pronto lo ve?, a lo mejor el destino es otro, que SENDA no se vaya de Saltillo por las gachadas del alcalde, sino porque cada vez menos gente quiera que la transporten acá.

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