EL TAMAÑO DE LA REPRESIÓN
Por Horacio Cárdenas/
Cangrejos al combate/
Cangrejos al compás,/
Un paso pa’ delante doscientos para ‘tras/
Zuz, ziz, zaz, ¡Viva La Libertad!/
¿Queréis Inqusición? Ja-ja-ja-ja-ja-ja-já/
Vendrá Pancho Membrillo/
Y los azotará/
La canción se llama “Los Cangrejos”, y forma parte de una larguísima tradición no solamente de México sino de prácticamente todas las culturas en las que la lectura y la escritura se tardaron en alcanzar a las grandes masas de población. Se considera canción… porque data de la época de la Intervención Francesa, todavía no llegaban los músicos prácticos ni los musicólogos científicos a establecer qué es lo que es o era un corrido, y sin embargo, seguro que cumple con todas las características inherentes al mismo: retratar la realidad social, política y económica de una región y una parte determinada de la historia, relatar hechos concretos, otros imaginados, no pocos imaginados, respecto de personas, familias o grupos, y de forma muy puntual, molestar a tal grado al gobierno constituido que había que reprimirlos por cuanta manera fuera posible, cumpliendo también con fallar en ello.
Tenga por seguro que a Maximiliano de Habsburgo, por entonces emperador de México, le caía bastante mal que hubiera una canción que dijera “Adiós querida Carlota, que lloras loca de amores, por tu divino Marqués…” aunque no es muy probable que llegara a sus imperiales oídos, ya ve como siempre hay un escalafón de achichincles, alelotes, wannabes, de niveles de ministro y gran chambelán hasta portero de Palacio dispuestos a hacer lo imposible por proteger la inocencia de los poderosos, no por ganarse su sueldo, sino más bien por no incurrir en la ira del gobernante, y que este quisiera vengarse con los que tiene a la mano, sus empleados.
De allí que tantos intentos haya habido para reprimir la expresión de las cosas que disgustan a los poderosos, la gran mayoría inútiles e ineficientes, y que al contrario de lo deseado, lo que logran es documentar con más elementos las actitudes de inicio criticadas. El punto de la libertad de expresión es uno de los que mayores roces ha causado en la de por sí difícil relación entre los gobernantes y los gobernados, no entendiendo los primeros que es esta la que sirve de válvula de escape, para que la presión del descontento popular no estalle antes de lo que podría si se le coarta. Uno podría estar tentado a pensar que las sociedades evolucionan, que los gobernantes aprenden del pasado, pero no es así, la historia tiende irremediablemente a repetirse, de las maneras más lastimosas y vergonzantes, de repente estamos frente a acciones que nos hacen dudar de que exista realmente esa evolución social.
Estamos acostumbrados, sobre todo en este país, a la persecución, represión, intimidación y otras acciones que los gobernantes toman hacia los medios de comunicación, claro aquellos que son críticos para con su actuación, porque a los otros los cooptan, haciéndolos cómplices de los perjuicios cometidos contra el pueblo. Silenciar o tratar de silenciar a los comunicadores como práctica de gobierno es algo que se da por hecho en sociedades como la mexicana, los que practican el periodismo saben a qué se atienen, si es que quieren seguir en el oficio, ¿pero tratar de acallar la voz popular mediante la prohibición de expresiones como los denominados narcocorridos?, es como querer volver a estadios de control y represión que se consideraban ya superados.
Si por algo se ha caracterizado la administración de Rubén Moreira Valdés como gobernador de Coahuila, es por el grado de represión hacia la sociedad coahuilense. Ultimadamente cada quien es, o debería ser libre de hacer de su vida un rehilete, pues sí, pero en Coahuila al este ejercicio de esta libertad se le han impuesto límites exagerados: usted por ejemplo, ya no puede jugarse su dinero en un casino, los había pero fueron cerrados con el cuento de que así se cuidaba la seguridad de la gente, por más que las malas lenguas digan que es porque no se aceptó de parte de los empresarios el arreglo que les exigían; usted no puede hacer de su hígado o de sus pulmones lo que le venga en gana, hay reglamentos que se lo impiden; usted no puede ir a un table dance, pues también son giros penados, usted no puede ponerle sal a su comida, usted no puede demasiadas cosas, y ahora tampoco podrá expresar algo que la autoridad en pleno ejercicio de su arrogada vocación censora, decida que no debe difundirse por vía oral, por muy remota que sea su relación con la ilícita actividad del narcotráfico.
A falta de una comunicación sobre datos sólidos, que la autoridad se guarda mucho de hacer públicos, los corridos y ahora la subcategoría de narcocorridos satisfacían una necesidad de la gente de saber, de no olvidar, de reivindicar situaciones a las que la autoridad no da respuesta, y no la da por connivencia, por incapacidad, por complicidad, por cobardía, o por lo que usted guste y mande. Que tampoco vamos a decir que los autores de los corridos tocan todo lo que deberían, pero algo es algo, y ese poco es lo que quieren tapar.
Al contrario, si nos permiten, y aunque no nos lo permitan, quisiéramos enterarnos de que hay corridos sobre los siguientes hechos sobre los que la incompetencia del gobierno nomás no ha sabido, querido o podido dar respuesta, y que si estuvieran plasmados en un corrido, cuando menos no hubieran sido olvidados. Entre la lista de corridos a escribir y a reproducir por décadas y siglos por venir, solo están los de la región, ya que es acá en Coahuila donde Rubén Moreira y su borreguil congreso los han prohibido: El corrido de los 17 masacrados en la Quinta Italia, allá en Torreón en julio del 2010; el Corrido de la vida y milagros de Vicente Carrillo Fuentes y de cómo en veinte años nadie lo tocó con el pétalo de una orden de aprehensión; uno para ilustrar el Programa de La Mano Peluda: el corrido de El Lazca, muerto y perdido para nunca reaparecer; un solo corrido no basta, pero por algo habría de empezar, uno para los víctimas de la Tierra rasa, como dejaron Allende; sobre el Penal de Piedras Negras habría que escribir mínimo dos volúmenes: uno sobre la fuga de los #131, #132 o más, y el otro sobre la masacre, hornos crematorios, hotel de lujo y fortaleza fortificada del crimen organizado; yéndonos a algo más clásico, urgen corridos sobre Juan Chapa Garza y como asoció a las mejores familias de Saltillo en negocios de lavado de dinero; otro especial sobre Sigifredo Nájera, “El Canicón” quien le rentaba una casa a una señorita panista que chambeaba en la presidencia de la República; y bueno ya que embarramos a Los Pinos en nuestras propuestas de corridos, otro sobre Sergio Villarreal “El Grande”, compadre de Memo Anaya…
Viéndolo bien, hay razones de sobra para que Rubén Moreira quiera tapar y hacer como que nunca pasaron tantos hechos vergonzosos, crueles, de corrupción, propios y ajenos, así como tanta incompetencia de los gobiernos primero para prevenir, segundo para impedir y tercero para castigar estos y muchos más. Pero la censura no es el camino, nunca lo ha sido, nunca lo será. Ya veremos si cuando se cante, a las calladas por aquello de que Fuerza Coahuila nos caiga encima, un corrido sobre Rubén el Censor, van a callar a la gente por tratarse de un narcocorrido… ¿si no se hablar de droga no es narcocorrido o sí?
Prohibiendo los corridos de narcos, juguetes bélicos y juegos de violencia no van a cambiar la situación. Cuando retiren toda la basura que nuestros diputados en materia penal autorizaron y apliquen la ley como debe ser, entonces quizás se acabarían los infractores. Cuando un delincuente reciba el castigo que merece, incluyendo la pena capital, obtendríamos resultados positivos.