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Oficialía Mayor

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BAILE Y COCHINO.-

Por Horacio Cárdenas.-

De lo perdido, lo que aparezca, dice el muy mexicano refrán, que si nos ponemos a pensar un poquito en ello, justifica y hasta perdona cuanta corrupción ocurra en nuestra sociedad, que no es poca. Ah, pero cuando el dicho adquiere connotaciones políticas, la cosa cambia totalmente de matiz, al grado que el cronista por excelencia del sistema político mexicano, Cesar El Tlacuache Garizurieta, lo incluyó en sitio prominente entre las reglas no escritas del sistema, de lo perdido, lo que aparezca, casi podría acompañar como lema al nuevo nombre, coloretes y divisa de lo que todavía es el Partido Revolucionario Institucional, que como las víboras y por instrucción precisa de su líder inmoral, Enrique Peña Nieto, debe de cambiar de piel, so pena de extinguirse de una vez por todas, algo que para muchos, ya se pasó de fecha, y que por eso huele tan feo.

Cuando regresó el llamado “nuevo PRI”, luego de dos sexenios de alternancia en que el electorado, el sistema o los dos, se volcaron al Partido Acción Nacional, llegó con todo. Ahora sí que como dicen los pochos monterreyenos, con “todo el power”, como no lo había tenido desde quizá la mitad de su largo mandato de más de setenta años, y si se había continuado imponiendo era a punta de artimañas electorales, de represión, de violencia, de compra de conciencias, y de todo el catálogo de marrullerías, con tal de seguir manteniendo el poder público y consecuentemente, también el poder económico.

Enrique Peña Nieto, aparte de la superioridad en el congreso de la unión, se las ingenió para convencer a las principales corrientes políticas y actores sociales para firmar el que se bautizó como Pacto por México, mismo que a las pocas semanas ya no le gustó al propio presidente, quien sabe si por alguna maldición o un virus que habita en Los Pinos, el caso es que muy al estilo de los antiguos mandatarios priístas, prefirió si no proclamarse, sí comportarse como el típico emperador sexenal, ese que no ve ni oye a nada ni a nadie. El resultado inmediato fue la desbandada de los firmantes del Pacto, que lo mínimo, se sintieron engañados y traicionados, hasta utilizados, y con pocas ganas de volver a creer en nada que les mandaran decir desde la presidencia de la República.

El otro resultado es que poco a poco a ratos y a veces al galope, el gobierno de Enrique Peña Nieto fue perdiendo ya no digamos imagen o credibilidad, sino capacidad de maniobra en lo relativo a las cosas de la administración pública, y en lo de política… fue perdiendo poder, tan es así que para la elección intermedia el PRI la sudó, y para la de julio pasado, no hallan manera ya de bajarse del barco, que hasta de membrete y logo quieran cambiar, más por vergüenza que por cualquier otra razón.

Bien dice el dicho populachero que es más fácil fabricar otro que tratar de levantar un muerto, no de balde personajazos de la talla de un secretario general, de memoria pegada en las paredes de las comisarías ejidales de Coahuila bajo un letrero de Se Busca, o su señora exesposa y curandera de cánceres, hayan preferido chisparse del otrora imponente Comité Ejecutivo Nacional. Tanto si deciden seguir en política o dedicarse a contar sus billetes malhabidos, prefirieron entre muchos, poner distancia del partido al que le deben todo lo que fueron y son.

La nota salió hace algunos días, todavía al viejo estilo partidista de siempre, dándose los grandes aires de triunfadores, ahora que tan anémicos están de noticias que presumir. Con bombón y platillo volador se anunció que la senadora por Coahuila, Verónica Martínez, esa que aguantó cara durante la tempestad postelectoral en la elección el año pasado de gobernador, fue designada Oficial Mayor. Oh, habrán dicho los bisoños y los crédulos, ¿pues no que estaba en la lona, y allí la tienen cayéndose para arriba?, pues sí, pero pues no, porque la nota tiene lo suyo de malintencionada, al modito del PRI de siempre, y es que no es lo mismo el despilfarro de la cámara alta en los republicanos tiempos del PRI o los palaciegos del PAN, que ahora que se inicia la austeridad casi famélica de la República del amor.

Sí, Verónica, fue elegida entre todos los prominentes senadores priístas, para hacerse cargo de la Oficialía Mayor de la bancada del PRI, que tendrá que entendérselas con la codiciadísima Oficialía Mayor del Senado, que aun en estos tiempos de austeridad republicana/franciscana que corren, debe manejar recursos por todo lo alto. ¿A alguien se le escapa que la negociación sera difícil?

Pensemos por un momento como habrá estado lo de la designación de Vero, si se la ganó, si la peleó a dentelladas… o si la pusieron a ella porque nadie quería el hueso, nadie de los senadores y además porque había que ahorrar, y la fracción priísta no tiene lana ni para contratar un contador, así que sea alguien de entre ellos. Una designación con chanfle como diria Shakespeare.

Veamos, ¿Osorio Chong oficial mayor?, alguien que fue secretario de gobernación no se fija en chambitas donde hay puras broncas, ¿Carlos Aceves?, la CTM que controla tiene muchos más billetes que todo el senado, no va andarse con pichuelas, ¿Manuel Añorve?, a lo mejor, nunca estuvo en las ligas mayores y a lo mejor se dejaba; ¿Eruviel Ávila?, por favor, si se sentía caminar en los zapatos de Peña Nieto como siguiente presidente de la República; ¿La hija de Papi, Sylvana Beltrones?, ni hablar; ¿Beatriz Paredes?, ni cuando era pobre, ¿Ramírez Marín?, en la secretaría manejo muchos centavos, nada comparables con las dos rondanas que tendrán los senadores  del PRI, que ya se deja ver que de entre los catorce, uno tendrá que ocuparse de barrer, otro de trapear, uno más de ir por los refrescos, poner la cafetera, tomar dictado, y sí, a Verónica  le tocó la Oficialía Mayor, un auténtico juego de malabares donde los PRIetos van a querer cobrarse las hechas y las imaginadas.

Muchos llegan al senado cuando ya van de salida, otros lo usan si pueden, de escalón, y como el caso de Verónica, le tocó bailar con el más feo, con el cuentachiles, todo para que el PRI en el senado dé la impresión de que algo queda de las pasadas glorias. Échate una chambita los próximos seis años.

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