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El mal sabor de una elección… con muertos en la boleta

BAILE Y COCHINO

Por: Horacio Cárdenas.-

Dos meses de campañas electorales, cerca de veinte millones, sí, veinte millones de spots con los que los distintos partidos políticos en contienda bombardearon a los ciudadanos y a los que no pueden votar por su edad o por lo que sea, pero que no se pueden sustraer de la andanada, una ristra interminable de mensajes partidistas en las redes sociales… y así como que el electorado esté cívicamente consciente, políticamente orientado y decidido por quien votar, pues no, no del todo.

Desde hace varias décadas que algún académico especializado en la cuestión política, no solamente en nuestro país, sino en todo el mundo, llegó a una conclusión que en su momento resultó chocante, pero que al paso del tiempo se ha probado como cierta en infinidad de ocasiones, y que por sí sola debería poner a los ciudadanos como individuos y a la sociedad como conjunto, en alerta de lo que puede derivarse de un proceso electoral, exactamente como el que estamos viviendo en estos momentos, o incluso con mayor atención a este, pues medio en broma medio en serio, se le ha dado en llamar la elección más grande de la historia de México, en buena medida por la cantidad de puestos de elección popular que están en juego, pero también por las implicaciones que tiene para el futuro inmediato de la nación.

Pero con todo que sí, que es importante, que ha habido información por todos lados y por todos los medios, el proceso electoral ha dejado en la población un mal sabor de boca, un regusto desagradable, sobre el que queremos platicar en este momento que los expertos en política han calificado como de reflexión, no muy diferente a los minutos que pasa el torero en capilla, antes de salir al ruedo a jugársela frente al toro. Las largas semanas de campaña debieron servir para que los electores se empaparan de las propuestas de cada uno de los candidatos en contienda, o por lo menos, de los que más talacha hicieron para acercarse a la población, porque también es cierto que muchos se esforzaron poco, se cansaron pronto o no sabían en qué se metían y a los pocos días decidieron nadar de muertito el resto del tiempo de campaña, entonces este espacio debería sernos útil a los votantes para pensar qué es lo que queremos que signifique el sufragio que emitiremos el día domingo. Que quede claro, nuestro voto individual cuenta poco por sí mismo, pero sumado a los de la mayoría se constituye en la fuerza que debe tener todo gobierno para que nadie cuestione su legitimidad.

El primer saborcillo que deberíamos reconocer todos y cada uno de los ciudadanos, los que pueden votar y los que no, los que quieren votar y los que prefieren abstenerse, es el metálico regusto a sangre. Sí, este presume de ser el proceso electoral más grande de la historia, pero al parecer también es el más violento. Según la última contabilidad, todavía no cerrada, son ya noventa los candidatos muertos, mientras que entre los secuestrados, amenazados, golpeados, atacados, baleados y demás, se acerca a los 900 casos.

La gente ridícula que promociona las elecciones suele hablar de “la fiesta de la democracia”, pero salvo su mejor opinión, esto no es una fiesta de nada, es un auténtico duelo, o debería serlo, por cada uno de esos 90 o más candidatos que se dejaron la vida en campaña. No interesa aquí si eran del Movimiento Ciudadano, que parece que fue el que más víctimas tuvo, de MORENA, del PAN, o del PRI, hemos adelantado la tesis de que ellos eran los mejores allí en su distrito o en su municipio, y tanto, que los intereses creados prefirieron liquidarlos que esperar a ver si ganaban la elección. Si fuera solo por ellos, los ciudadanos deberíamos ir vestidos de luto a sufragar el domingo.

Derivado de lo anterior, otro tufillo que tiene este proceso electoral es el del miedo, el del temor, el de la intimidación. Aquellos actores políticos, o sociales o económicos o criminales, pero que por su intervención en el proceso electoral se han convertido en lo primero, en actores políticos, que decidieron matar, secuestrar, amenazar o atacar a un candidato, tenían un objetivo intimidatorio que para muchos ciudadanos se ha convertido en una realidad, a lo mejor no consciente de que nos pueda pasar algo, después de todo humildes votantes que somos, ni quien nos voltee a ver, pero sí inconsciente, de que la violencia está subyacente y que en cualquier momento puede brotar convirtiéndonos en víctimas, que ya lo somos, pero más directamente.

Una elección de luto con un tufo de miedo, a eso súmele la cantidad de declinaciones que se han presentado a lo largo de la contienda, y que se fue acelerando durante la última semana. ¿Sabe el largo, larguísimo camino que tuvo que recorrer un partido para obtener el registro, un candidato para hacerse de la nominación, los trámites que hubo que realizar, el marco legal tan complicado y tan punitivo en el que hubo que moverse, y tirar la toalla faltando un cuarto para las doce? ¿Porqué declinan los candidatos, porque se cansaron, porque vieron que nomás no levantaban simpatías, porque algún otro candidato les llegó al precio, porque?

Para todos los efectos prácticos una declinación es una traición, primero a sí mismos, segundo al partido al que los había postulado y que se ve que no les merece ninguna consideración, traición a sus pocos o muchos seguidores, traición a sus ideales, si es que los tuvieron. Pero sobre todo una declinación es una cesión en toda la línea, porque ¿de veras alguien piensa que cuando un candidato declina y se suma a la candidatura de otro contendiente, de otro partido político que hasta el momento anterior era su adversario, se lleva los votos de sus simpatizantes?, nos permitimos dudarlo.

Un traidor no puede pensar que su voz sigue significando algo para sus simpatizantes, una recomendación del que se bajó de la contienda no sirve para nada, y es que con la declinación viene el sentimiento de abandono, de decepción, en una palabra ya usada, de traición. Ese simpatizante votará por exactamente el contrario que su ahora excandidato le recomiende, o de plano su desencanto llegará a tanto, que preferirá no votar. Si nosotros nos atreveríamos a sugerir un pequeño cambio a la ley, que así como los puestos de elección popular son irrenunciables, así también las candidaturas deberían serlo, ¿ya te subiste al volantín?, ni modo, no te puedes bajar hasta el día de la votación, si sales bien, qué bueno, si sales mal, ni modo, pero seguir permitiendo ese jueguito de declinar a favor de otro es hasta perjudicial para el proceso electoral, porque, el día domingo va a recibir una boleta, y ¿quién va a decirle que tal o cual u otro tal no declinó y cuándo?, que además la ley electoral no contempla, afortunadamente que los votos de un aspirante que se desiste se sumen a otro contendiente, faltaba más. Pero las boletas dejan de ser operantes porque, en el caso de Saltillo, dos o tres que eran candidatos, al 6 de junio ya no lo eran, con lo que el documento electoral pierde, no vigencia, sino estricto apego a la verdad.

Si sale usted a votar este domingo, esperamos que todos estos detallitos que hemos puesto sobre la mesa, no que le amarguen el día de luto, pero sí que le hagan sopesar su voto en todo lo que vale, que de ninguna manera es poco.

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