DESDE LA COMODIDAD DEL PODER

Baile y Cochino…-

Por Horacio Cárdenas.-

Una de las reglas no escritas del sistema político mexicano, así como lo imaginó ese Maquiavelo veracruzano que fue Cesar “El Tlacuache” Garizurieta, dice que el poder obnubila a los hombres inteligentes… y a los que no son inteligentes de plano los vuelve locos. Trepados en su modesto ladrillito cuachota, o protegidos por el Cuerpo de Guardias Presidenciales completo, el poder hace sentir a los políticos que son más, mucho más que el resto de los mortales, quienes poco menos que deben sentirse agradecidos de tener a tan alto personaje encargado de sus destinos, a cambio de lo cual, dicen y piensan, que merecen la abundancia… en referencia a una golfa, traidora esposa de un igual de golfo gobernador de un estado de cara al Golfo.

De entre los vicios más recurrentes que adquieren los políticos nomás tomar posesión del digno cargo que el supremo dedo les ha concedido, está en primerísimo lugar el sentirse con derecho de perpetuarse en el poder, quedarse para siempre como alcalde, como gobernador o como presidente, en su sueño de opio piensan que es una cosa de merecimiento, ellos se merecen gobernar, y el pueblo se merece tenerlos a ellos como gobernantes. Este padecimiento es casi universal, y puede presentarse así como se lo comentamos, que podríamos llamarle síndrome de Fidel Velázquez, en honor de uno de los más poderosos y más duraderos líderes de aquella Confederación de Trabajadores de México, hoy tan bocabajeada, aunque también hay una variante: ¿ya llegué aquí?, pues no se encariñen conmigo, que esto es solo un escalón, desde donde chapulinean a cualquier otra posición en la jerarquía burocrática, hasta llegar a ese puesto dorado, que no quisieran dejar ni en calidad de cadáver metido en una caja.

Tanto que le debíamos a la Revolución y ahora hasta eso nos lo están a punto de quitar. Porque si recordamos, aparte de las reivindicaciones para las clases más desprotegidas, el meollo del asunto revolucionario era lo del “sufragio efectivo no reelección”, que a estas alturas no sabemos si sigue adornando el papel membretado de las oficinas de gobierno, precisamente arriba de la firma de don funcionario. Este precepto democrático condicionaba que, ni modo, había que sentarse después de bailar, como lo sentenciaba otro cacique tropical priísta, Carlos Sansores Pérez.

Y como el gobernante no podría perpetuarse en el poder, le quedaba como pálido premio de consolación, la posibilidad de dejar a su sucesor, que si bien no era de ninguna manera el ejercicio irrestricto del abuso del poder, cuando menos algunas prebendas les conservaba, y no menos importante, la cuidaba las espaldas, algo de tremenda importancia para quienes tienen larga cola que les pisen; esto no era poca cosa, porque aunque fuera solo un par de ocasiones y a veces les saliera el tiro por la culata, el erigirse en Supremo Dedo elector, los hacía sentir dioses.

Pero las cosas cambian, y pensando seguramente en sí mismos y nada en el pueblo, durante décadas desde el poder ejecutivo y desde el legislativo hicieron labor de zapa para minar y terminar derribando el citado precepto de la no reelección, ya que lo del sufragio efectivo es una aspiración que todavía en las últimas elecciones, se dio demasiado a desear. Hoy, los diputados locales de Coahuila se pueden reelegir, y el próximo año, también los presidentes municipales, esos que fueron electos por única ocasión para un período de un año, podrán contender por el puesto que ya detentan, pero para el período completo de tres años.

Oh democracia, ¡que te han hecho!, porque a lo mejor en un extremado prurito republicano, estuvieron prohibidas durante un siglo la reelección inmediata, y además se exigía la renuncia al cargo que tenían con seis o más meses anteriores al día de la elección, esto para que el poder anterior no contaminara el poder nuevo, o cuando menos esa era la intención del Constituyente.

¿Hoy? Gracias a la relajación a nivel de libertinaje de las cosas de gobierno, ya no hay prohibición para la reelección inmediata, ya ni siquiera hay que renunciar, lo que nos lleva a un punto muy, pero muy delicado, ¿qué funcionario que aspira a la reelección, no se sentirá tentado de utilizar todos los recursos económicos, humanos, materiales, influencia, cobertura y lo que pueda usted imaginar, para apoyar su pretensión de seguir mandando?

Si de por sí la administración pública a la mexicana ha sido tildada de corrupta, pero cuando menos estaba copado el objetivo del desvío de fondos para reproducirse a sí misma, ahora que ya no hay ese candado, tenga por seguro que una proporción importante, difícil o imposible de calcular, se irá para buscar y lograr la reelección. Sí, se hablará de controles, se hablará de supervisión, de anticorrupción, pero lo cierto es que el objetivo de cualquier obra, servicio, trámite, atención, se orientará en todo o en parte, a convencer a la gente de que el que está, es el bueno para que siga.

Además que está la cuestión de la inequidad, porque no es lo mismo hacer campaña desde un partidito morralla, como independiente o aún como oposición reconocida, que hacerlo desde la comodidad y los presupuestos de quien ya tiene el poder, recordando al genial caricaturista Rius, estamos ante la reencarnación del Partido Aplanadora, ahora jugando para los que ya están, no para los herederos o entenados, que siempre podían volverse traidores.

Sabemos, porque así lo enseña la historia, que estas cosas son cíclicas, lo malo es que en este país de caudillos y de huidizas noblezas de huarache, hasta el ideal republicano de “quítate tú para ponerme yo” está bajo amenaza, y de aquí a que regrese… porque tiene que regresar, a lo mejor ya no nos encuentra vivos.

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