El extrañísimo caso del robo a la Diócesis de Saltillo

BAILE Y COCHINO…

Por Horacio Cárdenas.-

Ni sabemos ni nos importa como sean las cosas en otras diócesis de estos andurriales terrenales, a menos que se trate del siempre edificante pecado del chismorreo, porque entonces la cosa cambia, y hasta los sordos paran la oreja, pero de que nos ha tocado en Saltillo una administración pastoral folclórica, por no decir bizarra, poca duda cabe hasta a los ateos, comecuras y meapilas más recalcitrantes.

No sabemos qué pecados habrán cometido los saltilleros… bueno sí sabemos, pero nos hacemos los que la virgencita nos habla, como para merecer que les llegara como obispo Raúl Vera López, uno de los “pagresitos” más conflictivos de entre las legiones de párrocos que tiene la santa sede. Bueno sí, sabemos que de lo que se trataba era de desactivar la bomba que casi les explota en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, allá en Chiapas, donde el obispo Samuel Ruíz García, ya sabe, aliado de las mejores causas de los pobres locales y de los migrantes, le estaba causando ya problemas de gobernabilidad a la administración pública federal en un período particularmente complicado, ¿y adivine quien era su coadjutor?, pues ni más ni menos que Raúl Vera, y si bien el Obispón Rojo ya estaba medio cansado como para seguir dando lata, Raúl traía un cuete que había que apagar.

A Don Samuel le llegaba la edad de jubilación, y lo peor que podría pasarle al gobierno de México era que Raúl ascendiera a obispo titular de San Cristóbal, así que se dice, se rumora, que hubo por allí una llamadita para que desde el Vaticano colaboraran a desactivar la situación potencialmente explosiva. ¿Cómo lo hicieron?, pues muy fácil, buscándole al dominico un sitio apacible donde se enfriaran sus ímpetus, o si no, donde causara el menor revuelo posible, ¿y dónde fue eso?, pues en uno de los sitios más pacatos, retrógradas, apartados de todo y por lo mismo aburridos de todo el planeta, la diócesis de Saltillo, Coahuila.

Saltillito, que siempre había tenido uno de esos amores malsanos entre la clase pudiente y las otras no tan pudientes con su iglesia, de repente se encontró con que para sustituir a su adorado “Pancho Villa”, Francisco Villalobos, les mandaron al mismísimo demonio de Tasmania, para decirlo en términos caricaturescos. Ni que decir que estos veinte años han sido incómodos como una constipación para las buenas conciencias saltilleras, quienes nomás nunca le encontraron el modito a un obispo que prefería las causas de los migrantes, de los reos, de las suripantas, de los carboneros, en vez de ocuparse de que los ricos lograran pasar por el ojo de la bíblica aguja, entrando al cielo montados en un camello, como se supone que habían hecho sus predecesores que tanto cariño les merecieron, y hasta una causa de beatificación tienen metida donde esas cosas ocurren.

De los veinte años de obispado de Raúl Vera cada quien tiene docenas de horrores que chalear, de preferencia en el zaguán de la casa, repantigados en sus mecedoras, y disfrutando de su meriendita tempranera. Mucho de lo que se dice es cierto, otro tanto es falso o exagerado, lo único cierto es que nunca les cayó bien el obispo, que si no llegó a premio Nobel de la paz para el que algunos admiradores lo propusieron, seguro fue porque dos que tres saltilleros de sotana o hábito fueron a Roma a hablar mal de él. Pero bueno, no nos atoremos en el pasado, que lo que importa es el presente.

A toda capillita le llega su fiestecita, y a Raúl le llegó su momento de pasar a jubilarse, y si la santa madre iglesia, de ellos, se lo permite, largarse para siempre de Saltillo para ir a grillar a otras latitudes algo más cálidas, desde donde recordar su paso por la diócesis como una pesadilla. Ah, pero las cosas no podían quedar así nomás, igual que vivió así se va: entre escándalos, en este caso, el de un misterioso robo sucedido en la sede de la Diócesis, no, no fue un robo, fueron cuando menos dos, con lo que esto ya cae en lo que la terminología de la burocracia criminal denomina una serie de robos…

Gacha la cosa ¿Quién pudiera querer robar  el obispado, sobre todo en estos  momentos críticos, en los que por disposición de la dirección general de personal del Vaticano, un obispo se va… y otro obispo llega?, se podría pensar que algún resentido, por supuesto, de los cuales las malas lenguas saltilleras dicen que Don Raúl dejó muchos y muchas, desde consagradas hasta las órdenes de regentean los colegios confesionales, párrocos a los que dejó sin parroquia, eso por no hablar de ese ente nebuloso que llaman la feligresía, el rebaño, la grey. ¿Quién o quiénes son los enemigos de Fray Raúl que quieren hacerle quedar en mal ante su sucesor el padre Hilario?, y lo mencionamos a él, pero también nos imaginamos que a los representantes de la contraloría del arzobispado primado de México o los auditores del Vaticano, ante quienes debe ocurrir un prístino y angelical proceso de entrega recepción.

A falta, hasta el momento, de que la fiscalía general del estado de con él, la, los, las delincuentes que se dieron a la tarea de desvalijar la diócesis para conocer sus motivaciones, habría que completar el expediente del crimen, saber qué es lo que se robaron, sí, nada más que aquí es donde la puerca tuerce el rabo, y lo que se ha echado en falta ha venido a quedar, cuando mucho entre el personal de la diócesis, a los que no pusieron de patitas en la calle sin liquidación, el obispo saliente, el agente investigador del ministerio público, y sus diligentes agentes de la policía investigadora, y decimos cuando mucho, porque al parecer Don Raúl Vera ha puesto un especial interés en que no se sepa qué es lo que se robaron los criminales.

Luego de leer, o ver la película o el  musical de Los Miserables de Víctor Hugo, sabemos que hay párrocos que cuando les planta la policía al que se robó algunos cubiertos, y no porque hubiera mediado denuncia, no lo mande dios, sino porque lo agarraron con la mercancía, les arma el tinglado de “no, hijo  mío, te dije que te llevaras todo, los candelabros, la vajilla de plata, todo, no nomás los cubiertos”, eso solo pasa en las novelas, en la vida real, hasta Juan Pablo II pierde la oportunidad de irse al cielo habilitado como santo, y sale con la muy pedestre de “¿por qué yo, dios mío?”, pues así Raúl, que da aviso a la fiscalía de que se metieron a robar.

Ni que decir que Saltillo anda de lo más revuelto, y no por el coronavirus y por el encierro obligado por la autoridad y el miedo al contagio, sino porque ¿qué onda, qué se robaron de la Diócesis?

Y de veras ¿qué se robaron de la diócesis que fuera tan importante como para ameritar dos visitas, mínimo, de parte de los ladrones?, la platería no creo, los estados financieros, pues se supone que esos están sancionados por el Vaticano o el Arzobispado, las declaraciones a Hacienda, pues eso está en el sistema del SAT, ¿a qué tanto guato?

¿o serán los expedientes de los exorcismos?… ¿o serán los expedientes de los párrocos pederastas?… ¿o será que… Don Raúl, marrullero como nunca dejó de ser, ordenó que transcribieran los secretos de confesión de las buenas conciencias saltilleras y coahuileñas?, eso vale oro… en términos chismográficos, se entiende. Total que la Diócesis y su casi exobispo están dando qué hablar este fin de año, qué bueno la verdad, porque ya de contagios y muertos por la pandemia la plática saltillera estaba poniéndose aburrida de más.  A ver a quien conocen en la fiscalía para que nos platique cómo va el caso, ya que acá se lo tienen muy callado.

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