Ariel Salas, arquitecto de la amistad

Queda el recuerdo de una foto de Ariel con el suscrito en la barra del Tenampa. (Foto de México Desconocido)

J. Alfredo Reyes Ramos.-

Entrañable amigo, arquitecto de profesión y “vidista” de corazón, así recordamos a nuestro cálido y alegre amigo Ariel Salas González que, por estas fechas cumplirá 25 años de haber partido hacia el Valle de Josafat donde nos espera aunque lo más probable es que ya está en el cielo porque fue un hombre esencialmente bueno, con ausencia de malicia, de inquebrantable lealtad hacia sus amigos y convicciones, un hombre de bien porque era contrario al mal y, nomás por eso creemos que ya pasó la aduana de San Pedro.

Ariel fue un hombre veraz, laico, autónomo, republicano, intuitivo, un librepensador. Nos consta que no era proclive a la dialéctica de camorra e insultos de carretonero ni mentadas de por medio. Era dueño de ese lenguaje pautado que suelen emplear los diplomáticos para decir verdades a rajatabla y sin eufemismos. Al suscrito varias veces lo puso como palo de gallinero por los excesos, las metidas de pata, las grandes equivocaciones: “Yo que tú, ya me hubiera ido de Parras para no regresar jamás”. Palabras que pesaban como plomo en la resaca, con las pilas bajas, cuando andaba uno “temblís”. Y tenía razón al decir, “eres carne de psiquiátrico”. Después uno agradecía el remoquete, que caray, bien merecido.

Como un Quijote, Ariel amaba la libertad como uno de los dones más preciosos que a los hombres dieron los cielos, esa libertad que también amaban el amigo Tobi y mi hermano Chikis, todos ellos unidos por la amistad, ese otro gran regalo de Dios que es deleite de las grandes almas, como la de ellos que seguramente siguen muy unidos más allá del sol.

Dicen que la curiosidad no tiene cura y vaya que Ariel era un hombre con esa curiosidad que es el bálsamo del aburrimiento. Bien lo recordamos mirando escaparates por toda la calzada Madero de Monterrey. En San Juan de Letrán embelesado mirando aparadores de ferretería que eran sus favoritos o en los “yonkes” de Laredo, entre millones de fierros y refacciones..

Y así como eran Tobi y Chikis, Ariel era cálido, ingenioso y quisquilloso, no era ingenuo y tampoco malicioso, era esencialmente bondadoso. Nunca olvidaré que tras una larga ausencia, este columnista regresó con muchas dificultades de California rumbo a Parras. Con escalas forzadas en Arizona, Nuevo México y Chihuahua donde ya de plano, el vehículo del viaje se destartaló. Arribar a Parras en autobús, sin ánimo de nada fue notado por Ariel que, con su entusiasmo, ofreció su compañía y su herramienta para ir a Chihuahua por el carro. Así lo hizo y no sin dificultades pudimos regresar a Parras. Nunca olvidaré que Ariel se lanzó en mi ayuda en plena adversidad.

En otra ocasión viajamos a la capital y por sugerencia de Ariel nos hospedamos en el Hotel San Diego, por las calles de Luis Moya, frente al famoso Cabrito Hevia. Alguna vez Ariel se hospedó en ese hotel con su padre, el inolvidable maestro don Jesús Salas Flores, tradición que hasta la fecha seguimos. Queda el recuerdo de una foto de Ariel con el suscrito en la barra del Tenampa.

Otra imagen que recuerdo con mucha nitidez es de otro viaje, esta vez a Tuxpan, y en la Central del Norte en México, esperando la salida, unos agentes federales nos pidieron identificación y la apertura de maletas. Y en eso estábamos cuando escuchamos “¡Kalimán!”, mi apodo en Secundaria, “no molesten a los amigos”, les dijo el comandante a los agentes y amablemente nos acompañó al andén del autobús. “Nos conocimos en un internado”, traté de explicarle a Ariel. “¿En la cárcel?”, inquirió azorado. Nunca me creyó que en un colegio Adventista.

Ariel fue un amigo verdadero que siempre nos tendió su mano franca. Hoy está con sus progenitores doña Daría y don Jesús, con su bienamado sobrino Lalito. ¡Summa cum laude amigo Ariel! Los máximos honores a tu generosa, leal y sincera amistad.

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