Fosas clandestinas, arqueología del terror en la Cuarta Transformación

Por: J. Alfredo Reyes

La prosopopeya es una figura literaria que le atribuye cualidades humanas a cosas inanimadas. Ejemplo siniestro el que una fosa clandestina nos pueda relatar horrores espeluznantes, terror indescriptible, la saña inaudita de los criminales. Y no estamos hablando de las fosas comunes que legalmente existen en los cementerios sino de sepulturas relacionadas con asesinatos furtivos.

La Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) califica como fosa clandestina el lugar donde una o más personas son enterradas de manera ilegal con el propósito de ocultar de manera deliberada los cadáveres para evitar cualquier investigación. La CNB ha reportado el hallazgo de 2 mil 710 fosas clandestinas en lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, la cifra que mejor describe el nivel de violencia sanguinaria en la Cuarta Transformación.

Las fosas clandestinas siempre han existido en México. En 1927 el mundo se estremeció con la fosa de Huitzilac, de las ejecuciones políticas en tiempos de los caudillos del Plan de Agua Prieta. Pero en este sexenio el número de esas fosas supera seis veces las descubiertas en el gobierno de Felipe Calderón (397 fosas) y dos veces las encontradas en el sexenio de Enrique Peña Nieto (1261 entierros). Además, el período de AMLO acumula el 41 por ciento del total de personas desaparecidas desde 1988.

Y a modo de prosopopeya ¿Qué nos dice o delata una fosa clandestina? Pues todo el horror que actualmente se ha desbordado en el gobierno de López Obrador, un presidente fullero y hablantín que durante su campaña presidencial prometió combatir la inseguridad y concretar la paz a nivel nacional. El engaño más vil de su gobierno.

Pero la perversidad que nos delata una fosa clandestina es digna de una nueva historia universal de la infamia, pues no hay otra forma de describir la borrachera de atrocidades que hoy padecemos en este país.

Los sentimientos de las madres buscadoras son un compendio de anhelos contradictorios. El miedo de buscar ante el asedio de los criminales. El dolor de encontrar a un hijo muerto o la desesperación de no encontrar una respuesta.

Una fosa clandestina delata si las víctimas sufrieron lo indecible. La tortura, la ejecución sumaria, mutilación, decapitación, el ácido, la cremación u otras atrocidades.

Prosopopeya infernal en un sexenio que ha resultado ser diabólico. Luciferino en cuestión de homicidios y desapariciones. El sexenio de los “Abrazos, no balazos”.

Cada fragmento óseo encontrado es una voz que nos delata el dolor infligido. Cada diente, muela, uña, cabello o mancha hemática son palabras que forman un texto que describe la saña inaudita de los criminales. Esos delincuentes que Andrés Manuel abraza y que tanto alega por sus derechos humanos.

Junto a los restos se pueden encontrar cosas que nos hablan de las víctimas; prendas, bisutería, zapatos, algún juguete, una credencial que sella la suerte de manera macabra. Joaquín Sabina es terminante: “La muerte es sólo la suerte con una letra cambiada”. Y la bala incrustada en un cráneo cual punto final nos habla de Shakespeare; “No hay bestia tan feroz que no sienta un poco de piedad”.

Lo que dice una fosa clandestina es de pánico-terror. Tanto así que los bomberos que sacaron las bolsas negras con los restos de las víctimas del Call Center de Zapopan están con psiquiatra. Es la prosopopeya de las fosas clandestinas que nos hablan de la arqueología del terror. Es el México sangriento de la Cuarta Transformación.

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