Ante los hechos violentos que estamos viviendo y que no vemos resultados efectivos, como quisiéramos todos, primeramente los familiares de los 43 estudiantes normalistas, ante esto vienen a mi mente hipótesis a las cuales les he dedicado su estudio.
Me mueve una primera idea, entre muchas; ¿serán la corrupción e impunidad evolución de este tiempo contemporáneo?, o ¿son vicios arraigados en México? Me quedo con la segunda interrogante, definitivamente.
Hoy día aún y cuando existen los medios electrónicos –miedos electrónicos dirán otros–, como las redes sociales donde todo se exhibe, y el abusivo uso del Facebook, da la oportunidad de desplayar comentarios a diestra y siniestra sobre quién tú quieras o más aborrezcas; nunca o casi nunca para comentar o recomendar asuntos de formación individual y social que la mayoría de las veces a mucha gente cuesta mucho trabajo hacerlas, sobre todo en este tiempo contemporáneo donde encontramos un mundo repetitivo, de una intensidad agobiante que, pese a cualquier comodidad, produce un gran desasosiego e insatisfacción.
¿Esto también lo vemos expresado en el arte; a través de la irracionalidad?, el Facebook no forma, por el contrario deforma, (tanto es así que la máquina me pide que lo escriba con inicial mayúscula), no vemos sugerencias que nos sirvan de algo, sólo exhibimos frivolidades y nimiedades que para nada nos sirven, sólo para llenar un espacio en el mismo espacio que así es de vertiginoso y rápido como la globalización misma.
Sin embargo en esta velocidad informativa tenemos el Twitter que a diferencia del Facebook es informativo y mucho más relevante en cuanto forma de mensaje rápido y oportuno, ahí encontramos columnas de periódicos y líneas breves que nos remiten a eventos que se vienen suscitando. Ahí mismo podemos hacer lecturas importantes en todos los géneros.
Quienes nos hemos formado a través de los libros, la filosofía, literatura y el arte, nuestros cimientos ante este tiempo contemporáneo parecen blandos. Los jóvenes de secundaria y bachillerato se van entre este aluvión contemporáneo. No tienen cómo defenderse o al menos un argumento empírico que los amortigüe.
Vemos a los politécnicos que ante las circunstancias académicas que vivieron gritan por tener un mejor academicismo para salvaguardar su futuro en las industrias. Ellos saben hacia dónde van.
¿Los artistas de este tiempo contemporáneo también sabrán hacia dónde van?, pregunto. Sólo algunos cuantos lo saben y son quienes están cimentados a través de sus lecturas propias y los que todavía siguen recomendaciones de sus guías, gurús o profesores –no puedo decir maestros porque la mayoría carecen de maestría–, hace mucha falta mostrar trabajos pictóricos, performances, happenings, pop art, minimalismo, arte efímero, land art, arte conceptual, body art o video arte que vayan con este tiempo contemporáneo, sólo algunos lo practican y de momento se salvan.
Tal vez los otros los rebasen saltando este tiempo contemporáneo, pero, ¿sabrán qué sigue? Hoy, en este tiempo contemporáneo, como en ningún otro, existe la libertad de crear, así se permiten todo tipo de excesos; desde los excesos creativos conscientes de las vanguardias que el nazismo demonizó como arte degenerado, hasta los subproductos artísticos de consumo masivo que la élite desprecia como “de mal gusto”: el Kitsch (trivialidad y capricho sin depurar, deliberada o inconscientemente ajeno a la supuesta finalidad trascendental del arte). Ante los hechos contemporáneos volteo hacia mi enorme y robusto librero y extraigo un libro, de hermoso contenido formativo como son todos los ensayos de Mario Vargas Llosa: La civilización del espectáculo, Alfaguara, 2012.
En este ensayo de 230 páginas el premio nobel de Perú ilumina el mundo con sus experiencias vividas en París, Inglaterra, Madrid y Colombia en las múltiples conferencias que en esos grandes países experimentó, alimenta y nutre con sus lecturas hechas en importantes libros que cita, reflexiona y afirma categórico su postura de sabio con sus escritos, menciona:
“En la civilización del espectáculo la política ha experimentado una banalización acaso tan pronunciada como la literatura, el cine y las artes plásticas, lo que significa que en ella la publicidad y sus eslóganes, lugares comunes, frivolidades, modas y tics, ocupan casi enteramente el quehacer antes dedicado a razones, programas, ideas y doctrinas. El político de nuestros días, si quiere conservar su popularidad, está obligado a dar una atención primordial al gesto y a la forma, que importan más que sus valores, convicciones y principios.
Y, en cuanto a la música, el equivalente del excusado de Marcel Duchamp es, sin duda, la composición del gran gurú de la modernidad musical en los Estados Unidos, John Cage, titulada 4’33” (1952), en la que un pianista se sentaba frente a un piano pero no tocaba una tecla durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, pues la obra consistía en los ruidos que eran producidos en la sala por el azar y los oyentes divertidos o exasperados. El empeño del compositor y teórico era abolir los prejuicios que hacen distingos de valor entre el sonido y la bulla o el ruido. No hay duda que lo consiguió”.
En ese bello recorrido por este tiempo contemporáneo también encontramos lo que Vargas Llosa muestra en la lectura que sobre el concepto de cultura hace el poeta de Waste land (Tierra baldía), T.S. Eliot en su ensayo titulado Notes towards the definition of culture (Notas significativas de la definición de cultura), dice que cuando uno relee este ensayo pareciese que Eliot se refiere a un tiempo remotísimo y sin conexión con el presente, la nota de Eliot dice así:
“Y no veo razón alguna por la cual la decadencia de la cultura no pueda continuar y no podamos anticipar un tiempo, de alguna duración, de que se pueda decir que carece de cultura”, a lo que Vargas Llosa responde: “Diré que ese tiempo es el nuestro”.
Mucho tiempo después George Steiner le responde a T. S. Eliot con su ensayo titulado In bluebeard’s castle, some notes towards the redefinition of culture (El castillo de barbaazul, algunas notas significativas de la redefinición de cultura), aquí Steiner escandalizado se sorprende por qué T.S. Eliot escribiera su ensayo sobre la cultura terminada la segunda guerra mundial sin mencionar este tema, y para nada la gran matanza de tanta gente, sobre todo de seis millones de judíos.
Mientras que Steiner en su ensayo marca una vertiente de la probable evolución cultural, en la que la tradición a falta de actualidad sería el conservadurismo académico y acota: “Ya una parte importante de la poesía, del pensamiento religioso, del arte ha desaparecido de la inmediatez personal para entrar en la custodia de los especialistas”.
Vargas Llosa termina este apartado dedicado a la cultura mencionando que lo que antes era vida activa pasará a tener la vida artificial del archivo. Y, todavía más grave, la cultura será víctima (ya lo está siendo) de lo que Steiner llama ‘la retirada de la palabra’. En la tradición cultural ‘el discurso hablado’, recordado y escrito fue la columna vertebral de la conciencia.
Ahora, la palabra está cada vez más subordinada a la imagen, y también a la música, el signo de identidad de las nuevas generaciones, cuyas músicas pop, folk o rock crean un espacio envolvente, un mundo en el que escribir, estudiar, comunicarse en privado se desarrollan en un campo de estridentes vibraciones.
Y por si esto fuese poco en Francia se publica en el año de 2010 el libro del sociólogo Fréderic Martel Cultura mainstream (Cultura prevaleciente) que es una aterradora descripción de la cultura del entretenimiento que ha remplazado a lo que en no menos de medio siglo conocíamos por cultura. Hoy por hoy lo que tiene éxito y se vende es bueno y lo que fracasa y no conquista al público es malo.
El único valor es el comercial. La idea de cultura ha experimentado mucho más que una evolución; es una mudanza traumática de la que ha surgido una realidad nueva en la que apenas quedan rastros de la que reemplazó ?comenta tristemente Vargas Llosa?, el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora de la vida cultural. Las artes plásticas sentaron las bases de la cultura del espectáculo, estableciendo que el arte podía ser juego y farsa y nada más que eso, desde que Marcel Duchamp revolucionó los patrones artísticos de Occidente mostrando que también un excusado podría ser una obra de arte si así lo decidía el artista, todo fue posible en la pintura y en la escultura hasta las mafias y embaucadores de este tiempo podrido ¿tiempo podrido?, más claro no puede ser este concepto usado por Mario Vargas Llosa, en el que el desplante, el gesto provocador y despojado de sentido bastan a veces en complicidad de los críticos o papanatas para coronar falsos prestigios, en nuestros días lo que se espera de los artistas no es el talento, ni la destreza, sino la pose y el escandalo, sus atrevimientos no son más que máscaras de un nuevo conformismo.
El México que hoy tenemos y hemos tenido lleno de corrupción e impunidad; abriendo la puerta a la más terrible violencia tiene una luz, al menos de esperanza a través de los reclamos y manifestaciones por los hechos sucedidos inicialmente desde el Politécnico hasta por los padres de familia de los 43 estudiantes asesinados marcan un hito histórico, un cambio para el país, así tendrá que ser, porque a lo largo y ancho de nuestra historia y en la historia del mundo así ha sido, para eso son los cambios, la dialéctica de Marx, creada por Feuerbach, Hegel y Saint Simón vuelve a cobrar sentido; México no resistió ya ésta crisis creada por la corrupción y la violenta impunidad, el movimiento dialéctico por antonomasia rompe y vuelve a insertarse en el cambio.
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