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Marco Vega, el divo de Parras

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Al centro, el alcalde «Coco» Dávila y Marco Vega.

Escribe: Alfredo Reyes Ramos.-

Cuando la degradación arrasa a un pueblo afecta negativamente todos los aspectos más sensibles de la comunidad, digamos, su situación económica, política y social, incluyendo la cuestión educativa, como actualmente sucede en Parras de la Fuente, donde un personaje gramaticalmente inane, semánticamente inocuo y literalmente inútil, es la máxima autoridad educativa del citado municipio, un agrónomo llamado Marco Antonio Vega Berlanga, mejor conocido como «El divo de Parras».
Y es que en Parras nadie sabe cómo llegó a tan alto puesto educativo este prototipo perfecto de la nulidad magisterial, a menos, claro está, que Jesús Ochoa Galindo, secretario de Educación en el Estado, le haya otorgado el nombramiento sin merecimiento alguno, no en balde don Chuy ha sido reconocido en este espacio como «El secretario sin sombra».
Y es una lástima que con tantas descalificaciones contribuyamos en este espacio a la disolución social, pero es que estamos plagados de una clase burocrática que lleva en sus apodos la definición más exacta de su personalidad, como es el caso del «Coco» Dávila, el alcalde que hace honor al sobrenombre en su peor acepción significativa.
Asimismo es el caso de Marco Antonio Vega, la «máxima autoridad educativa en Parras» que, junto con el Alcalde, que es la «máxima autoridad política municipal», nos hacen transparente el horizonte infinito de la ignorancia supina y la degradación total.
Y no es que uno pretenda que al frente de las instituciones públicas se hagan cargo puros estadistas al estilo Churchill o que sólo personajes como Vasconcelos sean los que dirijan nuestro sistema educativo, pero tampoco queremos a una kakistocracia al frente de nuestra comunidad.
No podemos aceptar calladamente que se nos impongan a neófitos que apenas saben leer y escribir, como es el caso del alcalde más inútil en la historia de Parras o a «educadores» como Marco Vega, cuya única trascendencia ha sido el de hacerse famoso entre las maestras del gremio por su esmerada afición a los tratamientos faciales que, como agrónomo «divo», tanto le fascinan.
Y no es criticable que cualquiera, sea hombre o mujer, se cuide el cutis, lo que está mal es pertenecer a una de las visiones más indignas y rastreras del magisterio nacional, a esa clase parasitaria que abomina el salón de clases, a esos simuladores que buscan la «comisión», la holgazanería sindical y el beneplácito del escalafón.
¿Cuántos años lleva el «divo» Marco Vega cobrando un sueldo inmerecido sin dar clase alguna? ¿Cuáles son su credenciales para ostentarse como la «máxima autoridad educativa» en Parras? ¿Alguna vez ejerció como agrónomo? Caduco y obsoleto no es capaz de impartir clase alguna y en esta penosa cuestión, el «secretario sin sombra», Chuy Ochoa, está obligado a dos cosas: Una, a exigirle a su subordinado que escriba un libro, una tesis o un ensayo que demuestre sus aptitudes de maestro, vaya, tan siquiera un tratado de cómo tocar las maracas y, asimismo, que le explique a Marcos Vega que el «divismo» es un exceso propio de los grandes divos, cantantes como Pavarotti o Juan Gabriel, no de burócratas agrarios ganapanes de la educación.

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