Baile y Cochino.-
Por Horacio Cárdenas.-
Lo que es no ser ingeniero, y como dice la Ley de Murphy: todo se le hace fácil a quien no tiene idea de lo que se está hablando.
Acá para un servidor, un teleférico es la cosa más fácil del mundo: se trata de clavar unos postes, claro unos postes especialmente diseñados, con los arneses adecuados, el acero cédula tal, y demás especificaciones para garantizar al máximo la seguridad, luego se hace el tendido del cableado, también diseñado y fabricado ex profeso porque no creemos que lo haya en cualquier ferretería de las tantas que hay en la ciudad, ni que lo traiga de línea cualquier proveedor universal de esos de empresa fantasma, siempre dispuestos a hacer jugosos negocios a la sombra del poder público, no, debe ser un cable de primerísima calidad, capaz de soportar no solo el trabajo cotidiano de un medio de transporte masivo, sino también de la falta de mantenimiento que suele acompañar esta clase de servicios en nuestro país de relumbrones y abandono de las obras de gobierno.
Ya con los postes y los cables, solo faltarían las góndolas y los motores, las góndolas pueden ser desde las más delicadas invenciones de diseñadores europeos hasta mamotretos como las limusinas todo terreno, con tres ejes, batea y quemacocos que de un tiempo para acá pasean lo mismo a quinceañeras con toda su corte de chambelanes y graduados de escuelas pato, o ya puestos en un nivel muy furris, hasta tolvas compradas de segunda o tercera mano, que al final de cuentas lo que importa es el gancho que las sostenga de los cables, ah y por supuesto los motores para movilizar todo el aparataje aquel, por lo menos dos juegos, porque no se puede depender de uno solo que salga de servicio para mantenimiento, más o menos como la maquinita de la unidad deportiva de Saltillo, que tenía sus cuatro meses sin salir a pasear a los visitantes, y que solo sacaron a dar cuatro o cinco vueltas el día que asumió el poder como nuevo gobernador Miguel Ángel Riquelme Solís, para volver a guardarla, y desde entonces…
Bueno, pues sí, se nos hace fácil hacer un teleférico, y además se nos antoja que no debería ser tan caro, visto que las obras civiles son relativamente pocas y sencillas, por eso es por lo que como a muchos laguneros y coahuilenses en general, nos dejó con el ojo cuadrado la cifra de ciento setenta millones de pesos que dicen que costó el teleférico recién inaugurado en la nueva capital del estado libre, independiente y soberano de Coahuila de Zaragoza: Torreón.
Oiga, por ciento setenta millones de pesos… uno se esperaría que aquello fuera, sino una solución integral a la problemática vial de la Perla de La Laguna, por lo menos representara una importante contribución a solucionarla, pero al parecer no era esa la idea, con nueve góndolas con capacidad para ocho personas cada una, estará llevando y trayendo cuando mucho 760 personas cada hora, ahora sí que mucho estuche para tan poca joya, como dice la raza.
Mucho tiempo, casi casi desde que el mundo es mundo, lo que pasara en Torreón tenía poca repercusión en la región sureste, en el centro, norte y demás regiones del estado de Coahuila, bueno o malo lo que pasara en Torreón afectaba e influía a los laguneros, pero conforme se alejaba uno de aquella zona, se iba perdiendo el eco. Era lo normal, a lo que estábamos acostumbrados, pero eso se ha acabado. Ahora que Miguel Riquelme es gobernador, lo que pase en Torreón, resonará y fuerte en todo el estado, pero sobre todo en Saltillo, y para muestra tenemos el teleférico, del que ya se ha anunciado que podría construirse uno en la capital.
A lo mejor la idea no es mala, por un lado contribuiría a sacudirle la modorra a la ciudad, lo cual no estaría nada mal, y por otro podría contribuir a solucionar el dolor de cabeza que es el tráfico en diversas zonas. Imagínese lo bonito que vería un teleférico yendo por bulevar Venustiano Carranza, el que los aborígenes llaman tozudamente “el B. Carranza”, allí irían los privilegiados desde, digamos Soriana San Isidro hasta el cruce con Coss, saludando burlonamente a todo el infelizaje que está atorado abajo lo mismo en sus peltres de cincuenta años que en sus carrazos último modelo. Otro trazo podría ser sobre “los puentes”… ya que no ganó Esther Quintana la alcaldía de Saltillo y era la única que había dicho que algo haría para destaponar los cuellos de botella que se forman en varios puntos de la magna obra de hace dos sexenios, todo por la falta de visión de ingenieros que no saben aforar una calle, un teleférico por sobre “El Sarape”, “La Lechera” y anexas, sería lo máximo.
Y sugerimos estos posibles trazos primero porque no tenemos un santuario, y el Cerro del Pueblo con todo y su Cristo, poco o nada tienen de turístico, así que un teleférico allí sería dinero tirado al caño, y en segundo porque hay necesidades apremiantes en materia de transporte, como para distraerse en vaciladas, sobre todo con la escasez crónica de dinero del gobierno estatal.
Nomás para darnos una idea, repetimos que no somos ingenieros y todo se nos hace fácil, buscamos en Mercado Libre ¿Cuánto cuesta un camión urbano?, y nos topamos con que “una unidad” de esas horribles charchinas que circulan por Saltillo y todas las ciudades del tercer mundo, con uno o dos años de uso, cuesta por allí del millón de pesos. Con ciento setenta millones de pesos se pueden comprar… ciento setenta unidades, que sin meternos demasiado en analizar las especificaciones, pueden transportar entre 40 pasajeros sentados y “N” parados, llevándolos no a los pasmados 18 kilómetros por hora del teleférico de Torreón que tomamos como referencia, sino a los 50 máxima del bulevar Carranza o los 95, 100 o más a los que viajan los choferes de ruta urbana, quienes realmente no conocen ni respetan límites de velocidad.
¿Qué prefieren los saltilleros, así les dicen de cariño los fuereños, 760 viajeros en teleférico a 18 km/h o 6,800 yendo a 50?, por no hablar de que los camiones pueden completar tres vueltas en lo que el teleférico da una, con lo que serían mínimo 20 mil personas transportadas por el mismo monto de inversión.
Cierto, un teleférico es un atractivo turístico, algo que un camión de la ruta conurbada Saltillo, Ramos Arizpe, Arteaga jamás será y menos pintados con ese color rojo y verde guácara, ¿pero qué otra ventaja le ve a tirar el dinero, uno que no hay, tan miserablemente?, pues allí tiene los numeritos en la mesa, quien pueda elegir, que elija.
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