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La imagen como significado del hombre

LA LÓGICA DE NUESTRO TIEMPO.-

Escribe: Ramsés Sánchez Soberano.-

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El siglo XXI es el siglo de la imagen, de su salud y su intoxicación. Su soberanía consiste en cuidar figuras determinadas por un discurso y en la invención de ideas que conserven la alianza entre una imagen y una significación. Su unidad debe producir un afecto, a decir, una toma de posición ante algo que debe ser rechazado, aceptado, odiado o amado. Es la lógica de la canalización, esto es, el modo de hacer pensar a alguien algo y hacerlo de un modo interesado. El poder del presente se confina a la producción del ser y de su valor. La importancia de este encauzamiento reside en que un afecto domina por entero al sujeto antes de la llegada de un pensamiento. Logra atraparlo por completo e innubilarlo para producir «ciertos actos». Esto significa que no hay mayor dominio del testigo que lograr en él una interpretación, una canalización pues, una vez que se ha logrado producir una imagen, una significación y una resonancia, el objeto al que es dirigido aquel sintagma es recubierto por esa determinación. Él significa «eso». La imagen significada orienta la interpretación.

Proponemos el título «homo-imago» para comprender la noción contemporánea de ser-sujeto. Él reconoce el presente como la época en la que se pone sobre una superficie (un cuerpo, un objeto, una idea, un modo de vida o unas prácticas), una significación para entonces orientar un estado afectivo hacia una resonancia específica. El racismo, la xenofobia, la indiferencia y el desinterés por la situación fáctica del otro, así como el egoísmo y sus diversas producciones, son los efectos de una lógica diseñada bajo esta estructura. Ella asume que toda interpretación está ligada a un sentimiento de aprobación o rechazo en tanto que estado emotivo primitivo. Para hacerlo, reconoce que lo que es susceptible de interpretación es lo que aparece y que todo lo que aparece es lo que es de acuerdo con un sistema de interpretación al que ha sido sometido.

De suerte que eso que aparece está conformado por partes y ellas son perceptibles en un todo. Un todo es un cuerpo con una piel, con una vestimenta, con un color de cabello y con un color de ojos. Una parte es el color de sus ojos, de su piel, la cualificación social de su vestido, su peso, la forma de su cuerpo. Así, en la valoración entre esta interacción, donde la empatía y la intersubjetividad es cosa de filósofos, se deja ver la monstruosidad de nuestro presente: es una «producción» interesada del significado de lo humano, dividido en partes por una valoración, pues las partes, en sí mismas, no tienen significado. Ellas no están referidas a ninguna normatividad. La asociación entre estas y aquellas partes y una significación, axiológicamente determinada, es cosa del hombre, del discurso sobre el que toma sentido y unidad su mirar.

La relación de una imagen en el pensamiento con un significado, producido a partir de un valor, conviene al modo de operación de un ente psíquico. Pensar axiológicamente lo que aparece es ponerlo en una determinación donde se delimita su ser. Esta relación, que se hace en la intimidad, responde al nombre de psiquismo. Él no es meramente neutral y tampoco resguarda una libertad ganada con anterioridad. El psiquismo hace uso de una imagen que se pone en relación con un significado peculiar. La unidad de esta asociación efectúa una resonancia que mantiene en el sentido lo dado y su valor. Los científicos de la lengua no quieren entenderlo. Antes de la fijación objetiva de los conceptos está en acto la efectuación de un movimiento asociativo y él se lleva a cabo de acuerdo con un horizonte de posibles ya estructurados.

Lo anterior es pensable de acuerdo con una política de la imagen en general. En ella la creación de la noción contemporánea de lo humano, que no considera si los hombres reciben justicia y paz en desigualdad de acuerdo con un orden simbólico, ¿no revela que la idea de «humanidad», entendida como «todas las formas de la especie humana», es una farsa? El rechazo a la igualdad, la homogeneidad y la unidad en la búsqueda perpetua por la diferencia, tan cara a la posmodernidad, ha debilitado el título ‘humanidad’ con el que continúa trabajando la UNESCO[1]. La indiferencia ante la búsqueda del respeto real por la dignidad humana, en interés de buscar una idea de hombre en concomitancia con los intereses de su ideario o culturización, ¿no expresaría la impotencia del discurso humanista ante esta barbarie? Antes de destruir la idea de hombre por la insuficiencia del humanismo es necesario pensar cómo lograr que un yo, envuelto en sí y ocupado por sus intereses personales, pueda mirar hacia sí sin escapar de lo que él mismo se provoca. Al intentar resguardar la felicidad y la ventura frente a todos los hechos de vida, el hombre solo aceptaba lo que no le exigía padecer dificultades o imperfectos.

El humanismo comenzó su propia lapidación cuando sus bases fundamentales imitaron los procedimientos de las instituciones globales. Él comienza a empeñar el significado de la salus aeterna, la redención, la libertad y la dignidad humana a cambio de poder en el estado, la ciudad y las relaciones internacionales. Esta falsificación funcionó como la reproducción de los postulados básicos de una imagen dogmática del comercio que, como tal, debía instaurar un método. Pronto se encontró con la necesidad de reproducir un modelo que ya tendría a su base determinadas relaciones entre las imágenes y el pensamiento. Debía ofrecer algo a cambio de aquello que deseaba. Fue así que entregó al hombre a las mismas instituciones que le habían sacado del estado de derecho.

De acuerdo con lo anterior, solo una lógica de la imagen podría hacer comprensible el rechazo de una práctica e idea de hombre ante la temible construcción ideológica de lo humano. La noción de hombre ha sido construida de acuerdo con significados peculiares y la naturaleza de su humanidad ha sido obtenida cuando ésta corresponde a aquellos. Si toda significación hace uso de un signo que señala «algo» para provocar una resonancia, la significación del hombre en general debe ser planteada desde el horizonte familiar a una comunidad. En él el acto de significación asociado por el yo «pone» el ser en un modo de aparecer. Esto dicta que las significaciones sean llevadas a cumplimiento en un horizonte específico y que él tiene a su base «usos». Que la primera relación con el ser concierne al vivir en opiniones heredadas. En el opinar de cierta manera, de acuerdo con un orden de símbolos preexistentes, encontramos el sustento de la práctica. Por ello se plantean imágenes que proliferan en la vida cotidiana para mantener su efecto.

El discurso sobre la imagen revela y mantiene el valor social del pobre, la indiferencia hacia el indígena, la separación entre lo privado y lo público; pero también, la heroicidad de defender al marginado, la búsqueda de virtudes, la economía de la moral. Así, es necesario mantener las funciones sociales de las opiniones que ya han sido distinguidas por una moral. El significado producido sobre una imagen pone en relación una presignificación que debe ser comprobada y, una vez instalados en el significar, el ser del yo es aceptado en el interior de esta comunidad. La comprobación de esta idealización no es material. Consiste en producir lo que corresponde a «lo que es bueno» según una arquitectura de códigos que no son presentes. Determina el carácter de la felicidad, del albedrío, de la independencia y del privilegio que han nacido de corresponder y ratificar la resonancia que es necesario provocar. Esta resonancia es estable en tanto que funciona como el último término sobre lo que se acepta o no el quehacer y la finalidad del ámbito en el que se habita. Esto señala que la dignidad humana surge como otorgamiento.

[1] Cf., Alain Finkielkraut, L’humanité perdue. Essai sur le XXe siécle, Paris, Éditions du Seuil, 1996, pp. 13 y ss.

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