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LA SOMBRA DEL QUE MANDA

ESPEJO CÓNCAVO

Por: Roberto Morales.-

El hombre que ordena el camino que debe seguir el país; quien encarcela a quien le venga en gana, ya sean enemigos, “adversarios” o traidores; ése que destruye obras públicas y aeropuertos, pero construye lo que se le antoja y edifica estadios de béisbol en medio de una pandemia asesina; él, nunca creyó que un simple mortal, un hombre de ciencia (esa que tanto desprecia) y que para colmo ¡es su propio empleado de gobierno! pudiera opacar su serenísima imagen de ‘mesías’, construida a lo largo de cincuenta años de perjurios, mítines y ‘chachalacas’.

En su residencia de nuevo rico, la mesa estaba servida. Sin mirar a los meseros se dispuso a disfrutar de su platillo favorito. Político de los de antes, colocó en su pecho la blanca servilleta de tela para proteger de cualquier salpicadura su corbata marca Pineda Covalín, su camisa blanca de algodón y seda. Apenas iba a tomar los cubiertos cuando su gran lacayo se acercó para entregarle el “informe” que circulaba en redes sociales.

El rostro, de piel amarillenta que deja traslucir la edad, fue cambiando de tonalidad hasta convertirse en un color entre rojizo y negruzco, las fosas nasales se abrieron al grado de recordar a un toro de lidia, incluso sus ojos arrojaron rayos de fuego que casi quemaron los documentos que tenían enfrente.

Su furia estalló mientras leía el documento que sostenía con sus temblorosas manos, eran las conclusiones de un trabajo de investigación de una empresa, que ha logrado el reconocimiento mundial por los resultados certeros que arrojan sus encuestas.

Mientras su mirada pasaba y repasaba los datos duros de las estadísticas, las cifras, los porcentajes. De un manotazo arrojó al suelo platos, cubierto y vasos que descansaban sobre su mesa, luego gritó fuera de sí, exigiendo la presencia de su secretario particular y de su director de comunicación social.

Pidió que explicaran lo que ocurría y ellos, cansados ya también del funcionario de Salud, cargaron más hechos a esos datos. Que si ya andaba buscando la silla presidencial, que si una piñata se hacía viral, que si el baile del ‘Achú’ y de cómo se contagia el coronavirus y total, que la mayor parte de la población creía más en la palabra de ese tal por cual que en la de quien manda o dice mandar en este país.

“Bájenlo de la nube”, ordenó sin más miramientos y se retiró, sin comer, molesto, a su opulenta oficina, a esconderse para urdir sus nuevas acciones que logren mantenerlo en el ánimo de los pobres. “Porque en su gobierno, por el bien de todos, primero los pobres”.

Horas más tarde, salió a cuadro un periodista, bigote al estilo Hitler, cejas negras muy negras recién pintadas, a desmentir las cifras de las que hablaba el popular médico en relación al coronavirus. “Ya nadie le cree”, expresó.

Lo imaginable llegó horas después: nadie creyó que el periodista actuara por cuenta propia, el ataque se armó en la oficina de quien manda en el país y en ella participaron algunos de sus colaboradores, fieles y serviles, así como un personaje de los más beneficiados con su gobierno, el propietario de la televisora y, por ende, jefe directo del comunicador.

Al percatarse de su craso error, el gobernante habló en red nacional para acusar con índice de fuego al periodista, pero jamás al dueño de la empresa televisiva, segunda en importancia en el país.

Nadie creyó en sus palabras. Salvo quienes organizaron la desmentida declaración.

Como los viejos políticos, cuando alguien sobresale y le resta popularidad al “jefe”, hay que darle un manotazo para ponerlo en su lugar. Y hacer ver que nadie tiene más popularidad, ni más porcentajes de aceptación que quien está a la cabeza en la cadena de mando.

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