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La suerte está echada

HEREJÍA POLÍTICA

Por: Luis Enríquez.-

A la reelección, así como al pasto del campo del Santo Madero, se la llevó el viento. Al alcalde de Parras, poco a poco, lo fue cegando la venganza; acabó con su carrera, con su futuro, y el único porvenir que le queda es aquel que queda rumbo a Paila.

A Ramiro Pérez Arciniega, como en las películas western, le llegó su hora. Su último desvarío le costará su presidencia: corrió a su cabildo, no sólo porque debiera sustituir a su tesorera, sino porque simple y sencillamente necesitaba venganza. Se burlaron de él. Se proclamaron superiores a su persona, con todo y que no estudiaron leyes, se rieron de su pobre intelecto, de su escasísima cultura expuesta a los ojos de todos al confundir héroes y fechas, porque, por más que quieran resarcir su error, el mártir de la democracia Francisco I. Madero nunca intervino en la promulgación de la Constitución Política que rige las bases actuales de la sociedad mexicana.

Ese error de primaria lo aprovecharon los regidores opositores a su gobierno e  hicieron su propia ceremonia de aniversario de la Constitución, pero aún más importante, ellos no se equivocaron de héroe patrio y sí recordaron, cual se debe, al Varón de Cuatrociénegas.

Con la vergüenza expuesta, con las burlas, con las notas nacionales de su tan ignorante error, en la cabeza del munícipe algo, muy adentro, se rompió. Ninguneado, humillado y ultrajado por sus propios errores, el Herodes de Parras, de plano, se deschavetó, para generar una de las más descabelladas acciones “políticas” que le susurraron al oído los pérfidos demonios de la venganza.

Usurpar funciones del Congreso del Estado, destituir a 10/14 partes de un ayuntamiento, nombrar un montón de sustitutos usurpadores y a un nuevo tesorero no fue cosa difícil para Pérez. Bastó con imprimir un juego de comunicados para cada uno de los regidores para anunciarles su “despido”, firmarlos, entregarlos y san, se acabó el problema. Ya no podrían burlarse más de él. Todo el poder municipal sería suyo. Salió a realizar una Marcha de la Lealtad, airoso, con su ficticio cuerpo edilicio, a ufanarse de la “obra maestra” que había creado. Todo eran risas y bromas, bajo un cielo soleado; por un instante se vislumbraron tiempos mejores para los Pérez de ‘El Durazno’.

Pero cosas tan buenas nunca suelen durar.

Al día siguiente de su acción, los periódicos, los celulares, las computadoras de todas partes del estado imprimían la noticia: “el alcalde de Parras destituye a su cabildo; grave crisis de ingobernabilidad”.

¿Por qué nadie le dijo su error al señorísimo alcalde?

Los regidores, que se encontraban ya prácticamente muertos, volvieron a la vida. Surgieron de las cenizas las voces de Elia Sandra Jimenez, la de Juan José Niño, de la Doctora Beltrán, Cito Morales e incluso de ‘Chicho’ Oviedo. Por meses duraron callados, arrumbados, olvidados de sí; pero ahora, son las víctimas, mártires de un desquiciado presidente municipal que de la nada quiso arrebatarles un cargo que no les puede arrebatar, por ley, más que el Congreso del Estado.

Llovieron las denuncias. Hasta varios ciudadanos, movidos por la vergüenza en que se encuentra inmerso Parras, han exigido, con documento en mano, Juicio de Procedencia, cárcel inmediata y medidas cautelares en lo que se realiza la investigación contra el delictivo edil.

El futuro de Pérez pende de un hilo, de casi nada, del aire que queda en el tiempo entre el hoy y las campañas. El dulce néctar del oportunista es al mismo tiempo la hiel de los desesperados. Y entre la muerte y el infierno, el lapso no marcado de la incertidumbre se cierne sobre el pueblo de Parras. Pueblo sin justicia, sin cabeza, sin mañana.

En la antigua Roma, el río Rubicón señalaba el límite entre la Galia Cisalpina e Italia y, según la ley, ningún gobernador podía atravesarlo, pues sería declarado enemigo público. Julio César, tras su triunfo en las Galias, fue cegado por el poder y la ambición. Cuando el Senado y Pompeyo quisieron frenarlo, no pestañeó: cruzó la línea del río Rubicón, la frontera de Italia, y con ello inició el derrumbe de su imperio. Al cruzar, César dijo: Alea iacta est (la suerte está echada).

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