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IGUAL SE ARREGLAN

BAILE Y COCHINO…

Por Horacio Cárdenas.-

Para no variar, en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro las cosas están entrampadas. No se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta de que la proverbial espada del igualmente proverbial Damocles, pende de un hilo sobre sus colectivas y académicas cabezas, todo por un asunto de privilegios, de logros sindicales a los que está más que claro, los sindicatos, los trabajadores afiliados a ellos, no están dispuestos a renunciar.

El sindicalismo estilo Narro es un vivo reflejo de lo que fue el sindicalismo mexicano durante varias décadas del siglo pasado, etapa en la que se pueden identificar cuando menos tres fases, su nacimiento y toma de conciencia del poder que tenían, la segunda el disfrute del mismo hasta extremos de bacanal, y finalmente la tercera, la caída en desgracia y la lucha por la sobrevivencia, para quedar en la situación actual, en la que procuran hacer el menor ruido posible, para que nadie se acuerde de su existencia.

Vicios en las relaciones contractuales entre la empresa o institución pública y el sindicato que supuestamente representaba a los trabajadores, los hubo por montones. Las empresas, como sus ganancias dependían de ello, se cuidaban mucho de lo que le concedían al sindicato y por extensión a sus trabajadores, ¿pero el gobierno?, allí sí que se despachaban con la cuchara grande, pues quedaba perfectamente claro que la oficina de gobierno, a la que se sumaba la fuerza de los trabajadores, se constituía en una excelente plataforma política, que muchos grillos aprovecharon para proyectarse hacia posiciones más altas de poder. Por eso, y tal vez por algo de respeto y más miedo, es que a los sindicatos de gobierno se les daba casi casi lo que fuera, que al fin aplicando el principio de planeación tan mexicano: que sea el que viene atrás el que arree, y sí, así ocurrió casi hasta finales del siglo pasado, en que los sindicatos del IMSS, del ISSSTE, de las universidades, lograron lo inimaginable, hasta que el gobierno en turno se dio cuenta de que carecía él, como carecerían los que le siguieran, de capacidad de mantener esas prestaciones, esas prebendas, que pesaban como baldón de las finanzas públicas. Digo, una cosa es que se pagaran los favores, y otra que ese pago durara eternamente, así que comenzaron a darle para atrás a esas condiciones de privilegio que tenían los trabajadores al servicio de las distintas instancias gubernamentales.

Al paso de los años se fueron corrigiendo algunos de los problemas más álgidos. Recordamos que uno de los más complejos, por su tamaño, por sus costos, era el del Instituto Mexicano del Seguro Social, cuyos trabajadores se jubilaban años antes de cumplir los treinta años de servicio, y lo hacían con pensiones que eran superiores al sueldo que devengaban como activos. Eso aparte de las prestaciones de que disfrutaban durante sus años de servirse, perdón de servicio.

De aquella época data una de las que consideramos nosotros, mayores insensateces en las negociaciones que se han venido dando para hacer menos gravosa la relación trabajadores patrón, para el gobierno. Nos referimos a la necedad de los sindicatos de defender, no a los trabajadores del pasado o los del presente, sino a los del futuro.

La oferta del gobierno, por lo demás generosa, consistía en respetar el contrato colectivo para los trabajadores en activo, pero en que se firmara uno con ventajas más limitadas para los que se incorporaran a trabajar a la institución con posterioridad a determinada fecha. Ah no, ¿por qué? Decían los sindicatos, esos que ni siquiera sabían los nombres de personas que a lo mejor ni siquiera habían salido de la primaria, y ya querían que tuvieran derechos equivalentes a los trabajadores en funciones. A lo mejor había algo detrás, algo como que las plazas solían y todavía se logran heredar de padres a hijos u otros familiares, ¿y cómo junior iba a tener menos prestaciones y ventajas que las de su papá o su mamá?, impensable.

Algo de esto es lo que nos imaginamos que está ocurriendo en la Antonio Narro. Los trabajadores han disfrutado durante años, durante toda su vida laboral, de condiciones laborales muy superiores a la de la mayoría de los trabajadores de otras universidades públicas, ¿la razón?, el eterno juego, bueno no tan eterno pues se terminó acabando, de depender de una secretaría distinta de la de educación.

La mayor parte de su existencia dependieron de la secretaría de agricultura, fuera como fuera que se llamara en ese momento, dependencia que como solo sostenía dos o tres universidades agrarias, pues las trataba con gran deferencia, hablamos de dinero público claro. O eso o que no le ponían mucho interés a ver qué es lo que negociaba cada año el rector en turno con los sindicatos, con los dos que tiene la Narro, el de académicos y el de administrativos, que si tratar con uno es una pesadilla, con dos es la muerte, y si no, baste rememorar la cantidad de huelgas que ha habido en la UAAAN, si no de un sindicato, del otro, que terminan en lo mismo, en la suspensión de actividades del conjunto de la institución.

Después de mucho amenazar la secretaría de agricultura, y pedirlo la universidad agraria, esta fue finalmente transferida orgánica y presupuestalmente a la Secretaría de Educación Pública, siendo este un perfecto ejemplo de aquella frase: ten cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se te cumpla, y sí, a los narros se les cumplió lo que querían, de seguridad jurídica y presupuestal… sin contar con que para la SEP la Narro no tiene nada de consentida, y sí demasiado de malcriada. Llegó como tantas otras instituciones, recién creadas, a alienarse por la derecha… si quieren, y si no, se atienen a las consecuencias, que eso en voz de una de las burocracias menos pacientes que hay en el gobierno mexicano, es decir algo.

Entre Hacienda y la SEP les pusieron claras las cosas a la Narro, borrón y cuenta nueva, los que están en la plantilla de trabajadores, permanecen con sus condiciones laborales, que la ley previene el no ejercicio retroactivo de la ley, ah pero los que se contraten de aquí en delante, que sea con un nuevo contrato colectivo, equiparable al resto del subsistema de educación superior, no al de la Narro. A cambio de esto, la SEP le da vida a la universidad por otro tiempo, rescatándola financieramente y destrabando el embrollo que tiene con los trabajadores que no se han podido jubilar por falta de dinero. ¿la toman o la dejan?

¿y pues qué cree?, que se la están pensando, se están dando a desear, diciéndose preocupados por los futuros empleados de la institución, que no verán “la gloria”, como ellos la han visto y abusado de ella. En vez de agarrarse a ese clavo ardiente, por lo demás bastante tibio que les ofrece la SEP, quieren ver si la pueden doblar como en su momento doblaron a sus anteriores patrones, no ocurrirá. La SEP es de las que aprieta hasta estrangular, y con el antecedente, sabido de todos, de que el presidente López Obrador desprecia la educación, la educación superior y a los universitarios, nada extraño sería que finalmente le diera cerrojazo a la Narro a dos años de cumplir su centenario. A buen entendedor… que los buitres jamás han sido.

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