BAILE Y COCHINO…
Por Horacio Cárdenas Zardoni.-

Hace muchos años vimos un documental, ya sabe, esos programas que nos parecían a todos aburridos, por más que los temas que trataran fueran de por sí interesantes, ¿pero a quien se le ocurre ponerlos en la televisión, si esta es para divertirse?, seguro que no había otra cosa que ver, y por eso nos lo soplamos, tenía toda la pinta de ser entre antiguo y viejo, al menos por las imágenes que acompañaban el mensaje. El tema era este: en Estados Unidos el automóvil como concepto había transformado la sociedad norteamericana en el escaso transcurso de un siglo.
No solamente el carro había hecho dependientes a los estadounidenses, sino que los había hecho flojos. Antes se recorrían largas distancias a pie, o se usaban otros medios de transporte, desde los de tracción animal hasta los colectivos en gran escala, sin embargo con el advenimiento del automóvil, la misma configuración de las ciudades cambió, las calles se hicieron mucho más anchas, para dar cabida a vehículos automotores, y la conceptualización misma del transporte varió, de ser una actividad colectiva y participativa, que involucraba una convivencia que no se podía evitar.
Nada que ver con lo que vino a ofrecer el automóvil, la posibilidad de aislarse de todo y de todos, ya no necesita viajar uno con gente que se vea fea, que huela feo, que quiera hacer plática. La privacidad ante todo, eso al principio, ah, porque con la invención del aire acondicionado… hasta el ruido, el calor y el frío podía dejar uno afuera, ni el aire está ya obligado a compartir con nadie, salvo claro, que pase por los filtros que le quiten todo lo gacho, desde polen y esporas, hasta polvo y los efluvios de gente que no es como uno.
Decía el documental que esto que le comentamos, había permitido transformar la economía de los Estados Unidos, a tal grado que ya para ese entonces, una de cada cinco empresas en aquella nación, estaban directamente relacionadas con el automóvil, las que se imagine, desde la extracción de materiales, la fabricación de materias primas, la producción en serie, las ventas, el mantenimiento, la producción de la interminables refacciones.
Ese documental nos llevó luego a leer un libro que hablaba sobre una teoría económica que más parece una teoría de conspiración. Según esta, las compañías fabricantes de automóviles se aliaron con las productoras de combustibles, la idea básica era garantizar el negocio para ambas, y la mejor manera era construir carros, camioneras, camiones que consumieran grandes cantidades de combustible, mientras más, mejor.
Por eso fue que se crearon poderosos motores de seis y ocho cilindros, cuando que a lo mejor con uno o dos se lograba mover el vehículo, a los pasajeros y la carga que llevaran, fue hasta la crisis energética de los setenta del siglo pasado en que se comenzaron a preocupar, un poco al menos, por crear automóviles con motores eficientes y de bajo consumo de gasolina. En eso se les ha ido otro medio siglo, y así como que diga uno que han logrado mucho, pues no, definitivamente no.
Otra teoría, bien comprobada, fue la de que para quitarse de la competencia de los sistemas de transporte colectivo, las empresa automotrices comenzaron a comprar empresas de trenes, de suburbanos, de camiones, pero no para operarlas, sino para cerrarlas, de esa manera, la gente que necesita transportarse, requeriría de automóviles en cantidades siempre crecientes. Si un tren, digamos, llevaba mil pasajeros por viaje, con esta estrategia, se requerirían mil vehículos, y si hacían veinte viajes al día, eran veinte mil carros… ¿suena bien como negocio, no?
Todos estos datos nos sirven para ilustrar la realidad que está viviendo la ciudad de Saltillo, y para el caso muchísimas otras en México, en que el transporte colectivo es cada vez más escaso, más ineficiente, más costoso y menos confiable para sus usuarios ¿solución? La compra de cada vez más automóviles para satisfacer las demandas de transporte de la población.
Todavía a estas alturas no se puede decir que Saltillo sea una ciudad grande, no hace mucho todavía se podía recorrer de un extremo a otro caminando en pocas horas. Eso era cuando la gente vivía en el centro y las empresas en las que laboraban estaban o en la ciudad o en la periferia, caminando o una bicicleta bastaba para ir a cualquier sitio. Y sí, comenzó a haber transporte público que facilitaba llegar a cualquier sitio, fue funcional por algún tiempo, no seguro, no puntual, no cómodo, pero funcional, se adaptaba a lo que los usuarios eran capaces de soportar.
Pero Saltillo siguió creciendo, extendiéndose, y ahora las viviendas se hallan cada vez más lejos de los centros laborales, de las escuelas, de los comercios, y el transporte… no ha sabido estar a la altura de lo que se necesita de él, al contrario, parece que estamos en presencia de otro caso en el que se ha aplicado la estrategia de matar el transporte público para obligar a la gente a hacerse de un medio de transporte familiar, si no es que individual, a ese extremo.
A principios de año, el cabildo de la capital sorprendió con la decisión de cancelar algunas concesiones de rutas de transporte ¿la razón?, los concesionarios no las estaban explotando, y más que eso, no estaban prestando el servicio concesionado, con lo que ciertos núcleos de población estaban sin acceso. Las retiraron, las concesiones, y no se supo que hubiera una intención, una solicitud, algo para que otras personas o empresas entraran a operarlas. El transporte público, que durante años fue un negocio codiciadísimo, que retribuía con creces las inversiones realizadas, al parecer ha dejado de serlo.
Luego comenzaron a salir más datos, del parque vehicular del transporte público en Saltillo, que no sobrepasaba las mil unidades para todas las rutas, queda con trabajos la mitad… y prestando un servicio deficiente, por lo demás, inadecuado para una ciudad de las proporciones de Saltillo, sin machacar con que es la capital de Coahuila, si aquí no hay suficientes camiones ni rutas ¿cómo estarán los municipios más modestos?
Esto más que una estrategia, para el caso de ciudades como la nuestra, más parece un suicidio. Porque sí, se ha ido limitando la oferta de transporte colectivo, con lo que el parque vehicular de automóviles individuales ha crecido a una velocidad muy superior al número de casas y de habitantes, han fallado en crear infraestructura para que esos carros que nos han obligado a comprar, puedan circular, y también para que tengan donde estacionarse.
Decíamos líneas arriba que si un tren cancelado obligaba la compra de miles de automóviles, los norteamericanos se pusieron a hacer calles, periféricos, circuitos interiores, viaductos y cuanta cosa. No es que los viajes fueran más rápidos, terminó pasando lo contrario, que un carro con capacidad de correr a 200 kilómetros por hora, hace más tiempo en un trayecto que antes hacía un tren viajando a 40 kilómetros por hora. El nivel de tráfico en Saltillo ha adquirido, en los últimos veinte años un cariz de pesadilla, y lo peor de todo es que va para peor, no da muestra de revertirse, de que el ayuntamiento o el gobierno estatal o federal estén pensando en crear un sistema de transporte que convenza al conductor individual que le conviene más dejarse su carro en casa o deshacerse de él, para viajar en un servicio barato, cómodo, seguro, puntual y siempre disponible.
¿A qué nos enfrentamos en el futuro cercano? A que la pesadilla nos lleve a embotellamientos que en vez de durar una hora duren diez o veinte, o días enteros, ¿lo duda?, ya los sufrirá, es ineludible.
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