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El apodo… ¿Tigre o policía acapulqueño?

BAILE Y COCHINO…

Por Horacio Cárdenas Zardoni.-

¿Tigre o policía?

Hace muchos, pero muchos años, leímos un libro sobre la historia de Francia. De lo poco que recordamos, es una historia casi anecdótica sobre el rey Luis, no nos viene a la memoria ahorita su número, pero fue de los primeros 10, todavía cuando andaban de la greña las dinastías familiares que se peleaban todos los tronos de la vieja Europa. Bueno, pues este rey había decidido pasar a la historia, como si eso fuera cosa de uno, no como un monarca sanguinario, ni conquistador, ni siquiera como justiciero, lo que a él lo tenía obsesionado es que se le recordara en los siglos por venir por haber sido un rey bueno.

Y no es que fuera particularmente buena persona o buena gente como se dice ahora, o como se dice acá en Coahuila a nivel de raza, es buena bestia, no, era un monarca impositivo como los de la mayoría de su tiempo, sobre todo los que lograban tener subyugado a su pueblo y a raya a sus enemigos de todo tipo, pero él quería ser Luis El Bueno”, de allí que pasara decretos por aquí y por allá, para que el pueblo lo fuera llamando precisamente de esa manera y no de cualquier otra.

Definitivamente no existían todavía en aquel tiempo los “influencers”, pero por allí andaban algunos juglares que hacían esa talacha, y por supuesto, había los que se apegaban a los dictados de la cuarta transformación… perdón, del régimen en turno, y los que estaban en contra, y que como si estuviéramos viendo al Payaso Brozo en una encarnación previa, se dedicaban a la burla y el escarnio de eso que los poderosos más quieren y aman, si el rey quería ser Luis El Bueno, pues ellos se dedicaban como modernos periodistas, a documentar que si no era diametralmente lo contrario, sí le faltaba bastantito para ser a lo que aspiraba.

Obvio decir que su majestad Luis no pasó a la historia de Francia, ni del mundo como El Bueno, nadie de hecho lo nombra así, como no sea por la parte anecdótica, no es tan famoso como Ricardo Corazón de León, como Juana La Loca, como el Rey Tullido, como Alfonso El Sabio, como Carlos El Hechizado, o José Bonaparte quien nunca se pudo quitar el mote de El Intruso, sí hubo un Luis “del pueblo”, que nos recuerda que así se autonombró el profesor Humberto Moreira mucho antes de que pensara en ser siquiera alcalde.

Lo de los apodos es algo muy especial en la historia de la humanidad, es más, podríamos decir que es un fenómeno que se inscribe en la memoria de los pueblos y en la historia de las familias. Está por ejemplo el apellido Cabeza de Vaca, que a nosotros en lo personal nos parece horrendo, pero que un fulano Fernán Ruiz adoptó luego de que su rey, un Fernando III “El Santo” lo hiciera caballero luego de una batalla que ganaran precisamente en un sitio que así se llamaba, cabeza de vaca, y así se han venido llamado desde los años 1,200, y lo consideran la gran honra. No todos tienen ese carácter belicoso, algunos son más descriptivos, y hasta burlescos, con lo suyo de humillantes.

Para esto último la gente de Saltillo se pinta sola, es una auténtica tradición el plantarle un apodo a una persona, mismo que termina por acompañarlo toda la vida. Hemos visto esquelas en las que al fallecer una persona, sus mismos familiares le ponen el apodo que tenía, pues por su nombre no los conocía casi nadie, y en algunas familias, el hipocorístico cariñoso que le dan a las niñas sobre todo, ya de mamás se lo ponen a sus hijas, y adquiere un carácter legal y de uso que se perpetúa.

La gente de Saltillo carga su nombre en las espaldas, sí algunos se atreven a llamarlo por su apodo a la cara, pero la mayoría lo hace cuando no está presente o no puede escucharlos, no es ninguna exclusividad de aquí, así es en todos lados, lo que llama la atención en esta región es su permanencia, y que hasta se hereden.

Ahora que estamos en pleno proceso electoral para renovar la gubernatura del estado de Coahuila, nos llama la atención que no de los candidatos haya echado mano de un expediente tan fuera de lugar como el de crearse un apodo para que le acompañe durante la campaña, y si la gente lo favorece con su voto, también como gobernante. Nos referimos, obvio, a Ricardo Mejía Berdeja, candidato por el Partido del Trabajo, quien decidió colgarse el sobrenombre de “El Tigre”, en una elección que nos parece entre ingenua y desafortunada.

A nivel de anécdota, recordamos una entrevista que alguna vez le hicieron a Porfirio Muñoz Ledo, en que le preguntaron por qué luego de que se fueron del PRI él y otros, fundaron un partido al que llamaron Partido de la Revolución Democrática, a lo que él, con esa visión política y conocimiento de lo mexicano que ha tenido siempre, respondió que originalmente habían pensado en llamarle al revés, Partido de la Revolución Democrática, pero que a la hora de pensar en cómo llamarían a sus integrantes, salió que seguro les iban a decir los pedorros… así que se inclinaron por PRD y llamarse inocuamente perredistas. Así es como hay que pensar las cosas en política, y en todos los caminos de la vida.

Mejía Berdeja pensó, quizá, en las cualidades que tiene el animal tigre, fortaleza, tamaño, rapidez, aunque también es un depredador, sanguinario, características que a lo mejor no pensó o en un descuido sí. En nuestra opinión debió pensar que en Coahuila no hay tigres, y los únicos que ha visto la enorme mayoría de los coahuilenses son en circos, cuando traían esos animales, o en zoológicos, allí su fiereza está contenida, y lo único que se suele apreciar, a veces, es cómo recorren incansablemente los pocos metros del frente de su jaula. En su ambiente natural nadie.

Pero pocos mexicanos habrá que no sepan a qué se refiere uno cuando le dicen te agarraron como al Tigre de Santa Julia, curiosamente un bandido dedicado al robo, asalto y asesinato, quien era especialmente escurridizo y que solo pudieron agarrar cuando se fue a esconder atrás de una nopalera a hacer sus necesidades fisiológicas, es el único Tigre del que suele uno tener referencia.

Pero bueno, cada quien elige su apodo, lo cual no quiere decir que la gente lo adopte. A como somos, basta saber que quiere que le digan tigre para que sus malquerientes se lo nieguen, de allí a que sea más común oír hablar de Mejía como el policía acapulqueño que como lo que él quisiera. Fue una apuesta, apresurada nos parece, que hasta el momento está perdiendo.

Incidentalmente, en un proceso electoral reciente, la autoridad electoral permitió que los candidatos utilizaran sus apodos, hipocorísticos y sobrenombres en su campaña, llegando al extremo de que con ellos aparecieran en la boleta electoral.

Que sepamos, en este proceso nadie lo solicitó, como tampoco si se autorizó o no, ¿se imagina que en la boleta apareciera aparte de El Tigre, el Viejo del Sombrerón?, eso porque de los otros dos candidatos no sabemos que tengan un nombre de batalla, un apodo o un sobrenombre. Salvo su mejor opinión, aquello se vería poco serio.

Por cierto, al momento de hacer su presentación en el segundo debate, el del PT se presentó como Ricardo “El Tigre” Mejía Berdeja, todo lo dicho queda dicho.

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