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Cero censura

NOTICIAS DIVERSAS

Escribe: Héctor Barragán.-

Se alejan los tiempos de la censura, la prohibición de publicar cualquier cosa que vulnerara la moral y las costumbres, especialmente afectaba a las películas, con el apoyo firme e intransigente del clero y su subsidiaria, liga de la decencia.

Los políticos y funcionarios eran particularmente sensibles a la crítica, que de ordinario mencionaba la falta de honradez, pero mencionaba hasta la conducta privada o familiar y utilizaban frecuentemente los recursos legales para evitar los ataques contra su integridad, generalmente sólo supuesta o presumida.

Sin sanciones, que se fueron perdiendo, la difusión de los vicios y pecados de la gente, especialmente notable, vino a ser su publicación un negocio redituable, el principal recurso de ingresos de los manejadores de la publicidad.

La nota roja, probablemente más que los asuntos deportivos, parecen ser el principal atractivo de los televidentes, radioescuchas y lectores de noticias.

Lo que es lamentable es que de alguna manera, los actos delictivos, los que permiten que algunos cuenten con medios económicos que ni Creso ni el Rey Midas soñaron, por la publicación de los lujos, los excesos y abusos del poder, resulten atractivos para muchas personas, aunados a la lentitud de la corrección de los delitos, la persecución efectiva y los castigos diseña- dos para evitar que sucedan.

Por el contrario, la solución de los delitos, infracciones, es mucho más lenta que el incremento de los delitos y daños producidos por estos.

Seguramente como consecuencia de la difusión, el primer término de los delitos y en segundo de la lentitud o inutilidad franca de la justicia.

El abuso de los publicistas del gancho que es el atractivo de los beneficios del crimen, en la actualidad es un asunto de moral personal, primero de quienes compran la publicidad y segundo de quienes vienen de utilizarla.

Al menos mientras la autoridad recupere la responsabilidad de limitar la divulgación de crímenes, robos, secuestros, extorsiones, accidentes viales por abuso de drogas y alcohol, junto con equipos de alto precio y singular velocidad. Porque el atractivo del delito, que restringía los hogares mexicanos, se ha dejado de ejercer y de tomar en cuenta, frente a la realidad o apariencia diseñada por la publicidad.

Hacer que el hogar vuelva a ser centro de buena conducta, respeto a cada uno de los integrantes y algo sustancial de amor, sería el modo más efectivo de cambiar las cosas a como deben ser, para bien de todos.

El hogar donde la madre siembre en las conciencias jóvenes las buenas costumbres, los valores y algo de religión, donde aplica medidas disciplinarias razonables y justas, respetadas por los hijos y el Padre que solamente en casos difíciles es la autoridad que castiga y fuerte.

Los hijos de tal hogar quedarán lejos del robo, del abuso de la fuerza y de los débiles, de la violación de los derechos de los demás y de sus propiedades, del abuso del trabajo ajeno, de la violencia, no solo personal sino que desaparecería la inducida por autoridades inmorales, irrespetuosas de los extranjeros y sus propiedades, de sus vidas.

Atribuyen a alguien sabio el dogma de “que si quieres la paz, ármate para la guerra”, que equivale a facultar a todo ciudadano a agredir a su prójimo, no solo al enemigo real, sino potencial que ostenta riqueza o salud superior.

El hogar ideal, cerca del cual estuvo la humanidad antigua, es considerado cobarde, pero solamente es sostenible por quienes esperan sumar a su poder el de cuantos pueda, para colocarse por encima de sus enemigos, sino de sus propios aliados a quienes somete hasta volverlos asesinos y rateros.

Las estadísticas son terribles, así como abundantes las notas de secuestros, crímenes de niños contra pequeños, accidentes por imprudencia, de mujeres, de niñas sacrificadas por gente mayor, las guerras donde se festejan las matanzas y el uso de medios de asesinar en gran escala. De ocupación de tierra ajena, en pequeña proporción o en porciones de países enteros.

El dominio de la brutalidad y el crecimiento de las fuerzas de algunos es una amenaza, que solamente la inteligencia y la moral pueden detener, alejando el riesgo de que en lo lejano o cerca, sea el destino que compartamos ineludiblemente.

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