El colmo de los males para los habitantes de Ramos Arizpe se tenía que presentar tarde que temprano y todo como consecuencia de haber elegido a un alcalde muy, pero muy, alejado de las masas y que tiene como único interés el aprovechar al máximo el cargo para enriquecerse y saquear, juntos con sus pillos colaboradores, las ya de por sí mermadas arcas municipales.
Ricardo Aguirre Gutiérrez, en realidad logró conquistar en las urnas a los electores en base a una serie de promesas políticas, que rayaron, para variar, en la mentira y el engaño. Son esos electores los que hoy lamentan haber sufragado por él e inclusive hasta amenazan con ir a la plaza que está frente a la presidencia municipal para incendiar esa herramienta que lo encumbró en la alcaldía y que a la gran mayoría la mantiene al borde del colapso, de la crisis, de la incertidumbre que causa salir de casa y no saber si se podrá regresar porque en las calles, agazapados, los esperan delincuentes o policías dispuestos a propinarles una felpa y a arrebatarles las pocas pertenencias que lleven consigo.
Esto es el colmo. Hasta hace unas semanas, los habitantes se cuidaba de los hampones que han hecho suyas las calles de la ciudad y mantienen asolados a comerciantes e industriales a quienes les arrebatan parte de sus pertenencias o les exigen cuotas por permitirles trabajar «en paz».
Pero esa condición cambio en forma sorpresiva con la llegada del nuevo jefe de la Policía Municipal, Luis Angel Estrada Picena quien acarreó consigo a un puñado de ex elementos de los GATES que tanto daño causaron en Saltillo y que, para no perder la costumbre, ahora hacen de las suyas en Ramos Arizpe.
Esos elementos, violentos, agresivos, prepotentes, pasaron a formar parte del cuerpo de seguridad de Ricardo Aguirre quien así se pone una protección humana para evitar que los ciudadanos reclamen, a viva voz, los servicios que han dejado de prestarse y la seguridad pública que anda por los suelos o que, de plano, brilla por su ausencia.
Y son exactamente esos nuevos elementos policiacos los que mantienen asolada la población, han generado el terror, el pánico, el desconcierto y la desconfianza en las autoridades porque son ellos y nadie más los que, por instrucciones del propio presidente municipal, cometen cuanta fechoría les viene en gana.
Penetran a los domicilios particulares sin más ley que la de ellos, golpean a los moradores de casas humildes y les quitan su poco dinero, unas cuantas joyas u objetos de valor y los amenazan con «desaparecerlos» si tienen la osadía de acudir a presentar una denuncia en su contra.
Luego, en reuniones privadas con el alcalde, donde corre a raudales el alcohol, ahí se ufanan de mantener la ola de terror, de llevar a imponer la ley de la sangre y la violencia, todo con la venia del alcalde Ricardo Aguirre.
Y con unas cuantas copas de más en la cabeza, el alcalde ríe de las ocurrencias de sus guaruras, aplaude sus acciones contra tal o cual familia, aprueba la violencia de su equipo de guaruras contra su propia gente.
Ríe, con el alcohol, de lo que llama «bromas» y de los sustos tremendos que sus elementos de seguridad, sus guaruras, le ponen a algunos ciudadanos que le quieren brincar las trancas.
La seguridad no importa en Ramos Arizpe. Ahí el que es más violento controla todo. Y eso, ni dudarlo, lo ha conseguido el actual alcalde de extracción priísta.
Todo indica, de acuerdo a los acontecimientos, los últimos por lo menos, que él es quien ordena el desbarajuste, la acción de los criminales, el ataque a las familias que no se arrodillan ante sus designios o que se oponen a tal o cual acción recaudatoria.
El poder ha enfermado a Ricardo Aguirre. En las reuniones privadas habla y habla de que será el próximo gobernador. Que ya cuenta con la venia de Rubén Moreira Valdez, que lo primero que hará es sacar a David Aguillón Rosales del PRI, para que no estorbe y que entonces, con un presidente estatal de ese partido afin a sus intereses logrará la conquista del trono más anhelado en Coahuila.
Por eso, hablar de violencia e inseguridad en Ramos Arizpe son cosas que no le importan. El representa la violencia y la inseguridad institucionalizadas.
Es bajo su sombra que se desarrollan hechos delictivos cuya finalidad principal es la de mantener aterrorizados a los habitantes de esta industriosa ciudad. La sombra nefasta del alcalde cobija la corrupción, la delincuencia, el abuso de poder y de autoridad desmedidos.
En fin, Ramos Arizpe se ha convertido en un pueblo sin ley o un pueblo donde la única ley que se aplica es la del alcalde, sujeto que solo escucha lo que le cantan al oído, lo que le cuenta su séquito de colaboradores, un pequeño puñado de amigos que se están enriqueciendo con los programas y proyectos «sociales» que no se aterrizan pero que en el papel, sí se invierten muchos miles de pesos. Es una danza de miles de pesos, de millones de pesos.
Lo grave es que Ricardo Aguirre, en su enfermedad de poder y ambición cree a pie juntillas que será el gobernador. Nada más absurdo, pero eso lo ha llevado a descuidar sus actividades como alcalde. Ha dejar la seguridad en manos de delincuentes, como los nuevos elementos policiacos que asolan a los ciudadanos, las obras públicas repartidas en manos de saqueadores, el agua potable con funcionarios vivales que inflan los recibos para perjudicar a los consumidoresz y, en general dejando en deplorables condiciones los servicios que supuestamente debería prestar a la comunidad. Lo único que no falla, para colmo de todos, son los cobros.
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