Desde hace algunas semanas que teníamos ganas de teclear algo sobre la calidad de las obras emprendidas en la región sureste del estado, particularmente en Saltillo, tanto por el gobierno del Estado como por el republicano ayuntamiento de la capital, obras que como los buenos boxeadores “todo se lo deben a su manager y a la virgencita de Guadalupe”, en este caso la infraestructura que pretende ser transformadora de la forma de vivir de los habitantes de este pedacito del cielo aventado en el semidesierto, se la deben el estado y el municipio al supremo manager de la burocracia mexicana, el actual inquilino de Los Pinos, Enrique Peña Nieto.
Y traemos el copete a colación no porque nos andemos imaginando cosas, sino porque a como son de arrastrados los políticos de medio pelo para abajo, para pronto se sacrifican diciendo que el que está cumpliendo es su patrón, ¿y que más patrón que el presidente en un régimen que no ha evolucionado un ápice desde que fue en su momento descrito como la dictadura perfecta?, quien fue quien se comprometió ante notario (lo firmo y lo cumplo)
Y lo dejamos para luego porque el territorio nacional, esa colita del territorio chinaco que es la Baja California Sur fue azotado por un huracán, y luego otro y luego otro, como si la naturaleza que dicen que es una madre hubiera decidido ensañarse con aquel estado, que si nosotros decimos que estamos abandonados del centro del poder, imagínese aquellos, que de repente no se podía llegar ni por aire, ni por tierra ni por mar. Odilia en concreto causó tanto destrozo en aquel destino turístico, que no es demasiado aventurado decir que por poco y los regresa a la prehistoria, cuando todavía no llegaban cruceros y no funcionaba el transbordador, cuando nos enseñaban en la escuela que México estaba integrado por 28 estados, dos territorios y un Distrito Federal.
Solamente en cuestión de infraestructura eléctrica, los municipios de la Baja California Sur quedaron totalmente a obscuras, entre dos mil y dos mil quinientos postes de electricidad, de esos que son capaces de parar en seco la loca carrera de un camión del Saltibus o de la Ruta conurbada Ramos Arizpe, fueron totalmente destruidos, eso son desastres, no vaciladas, ¿qué podría uno decir de Saltillo y sus miserias cuando en otros sitios realmente estaban sufriendo?
Pero vivimos acá, y por mucho que sintamos el desastre como propio, y además admiremos la capacidad de organización de, por ejemplo, la Comisión Federal de Electricidad, de Teléfonos de México, de la asociación de hoteleros del estado, que se comprometieron (consigo mismos y con sus negocios) a haber recuperado la mayor parte de los cuartos de hotel para antes que comience el mes de noviembre, menos nos explicamos que acá las cosas no se muevan con una celeridad remotamente parecida, y eso que por acá lo que ha caído son tristes lluvias atípicas, nada por comparación.
Los norteamericanos, muy religiosos o muy místicos ellos, le llaman a estas cosas “acts of God”, acciones de Dios, como si Dios de repente decidiera castigar a tal o cual población, a tal o cual gobierno, descargando toda su ira en forma de fenómenos naturales. Allá piensan así, acá simplemente lo consideramos parte de nuestra mala suerte, pero tanto los primos del norte como nosotros, estaríamos obligados a construir infraestructura que tuviera la capacidad de soportar, si no los más temibles, sí algunos de poder bastante respetable. Recordamos por ejemplo, nada de México, faltaba más en este país de improvisaciones, sino en Japón, donde por allá por los años sesenta el alcalde de un distrito costero ordenó la construcción de una pared… una pared en la playa, destinada a detener un tsunami. Como si estuviera en nuestro país, lo criticaron hasta cansarse, todo para que cuando golpeó primero el terremoto y luego la ola gigante que devastó las costas japonesas, el único pueblo que se salvó fue este, el de la pared, que hasta medio siglo después valoró la visión de su alcalde. Esto solo como referente de los distintos modos de pensar y de hacer.
Ahora si nos ubicamos en nuestra realidad local, para no ir a buscarla más lejos, en lo que va del año nos hemos enterado de dos que tres incidentes, fíjese en el eufemismo, dos que tres afectaciones a la infraestructura de la ciudad como resultado de las lluvias, incidentes o afectaciones que no debieron haber ocurrido. Por supuesto están lo que podríamos llamar la maldición de la familia López cuando se mete a gobernar, los baches que surgen por toda la ciudad con las primeras gotas de lluvia. No importa cuanto dinero le metieran al asfalto y pavimento Rosendo Villarreal, Manuel López y en la actualidad Isidro, pareciera que resulta totalmente insuficiente para reparar lo que se daña. Casi que podríamos sugerir que lo que deberían hacer es levantar toda la carpeta asfáltica chafa que han puesto a lo largo de los trienios, y ponerla de nuevo, pero ahora sí con ganas que dure. Más o menos como el otro compromiso presidencial con Saltillo de Enrique Peña Nieto, el de pavimentar con concreto hidráulico la calle Obregón, desde presidente Cárdenas hasta San Lorenzo, luego de las carretadas de asfalto y dinero que los alcaldes habían derrochado alegremente en algo que duraba la víspera. Presidencial o no, la obra ya muestra los estragos de la corrupción, perdón de la mala realización, o la explicación que quiera darle, eso es lo de menos, lo cierto es que aquí, nada parece hacerse con ganas que dure mil años, como decía Enrique Martínez del distribuidor Venustiano Carranza, ya que el Revolución no duró ni un año luego de concluido su sexenio ante los estragos del huracán Humberto Moreira.
Pero con todo, esto es poca cosa comparado con lo que pasó con la carpeta asfáltica allá por el rumbo de Lomas del Refugio y Teresitas, donde la enésima tormenta destruyó el pavimento recién colocado por el ayuntamiento, escena que se repitió en la ampliación que se está haciendo de Antonio Cárdenas. En ambos casos cabría preguntar ¿cuáles son las especificaciones que aplica el ayuntamiento para esas obras, cuanto tiempo espera que duren y qué caudal de agua superficial son capaces de soportar, antes de comenzar a erosionarse?, al parecer simplemente no hay una especificación al respecto, pues los incidentes se suceden, y sí, las obras duran… mientras no llueva mucho, si llueve poco nomás se forman los consabidos baches que por sí solos son indicativo de la calidad de la obra, pero a nadie con autoridad o responsabilidad parece que le afecta.
Que tampoco es solo cosa del ayuntamiento el hacer como que hace. El gobierno del Estado se puso a encementar el lecho de los arroyos… para que el concreto se lo llevara la primera avenida fuerte, a un costo de más de cuarenta millones de pesos, que reportó la dizque secretaría de dizque infraestructura. Lo verdaderamente malo es que como notas, al rato pasan, ¿y el proceso para que los contratistas reparen, corrijan, paguen, vayan a la cárcel?, nada ¿y el otro proceso para que los supervisores de obra, subsecretarios, secretarios y gobernadores se hagan responsables de las obras?, menos.
Si lo único que nos queda esperar es que Diosito no se fije en nosotros, porque de una de esas como Odilla, y con la capacidad de nuestros gobernantes para hacer como que hacen, no nos levantamos.
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