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El sudario de los finados

nuevaComo siempre, comenzamos citando una de las reglas no escritas del sistema político a la mexicana, como los chícharos Herdez, siempre imitado y jamás igualado, y luego del regreso del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia de la República, más vigente que nunca: Dicen que decía el célebremente triste Gustavo Díaz Ordaz, refiriéndose a la política en general y a quienes la practican en particular, que siempre te irá mal por lo que digas, nunca por lo que no digas.
Lo que son las cosas, esta frasecita que se refiere a puras obviedades, escondía una enseñanza que su principal discípulo y receptor de sabiduría, Luis Echeverría Alvarez, pareciera que omitió en todo momento de su sexenio, y aún luego, mantener la boca cerrada, atribuyéndosele algunas de las declaraciones más desafortunadas de que se tenga memoria, por no hablar de la cantidad descomunal de chistes que se hicieron a sus costillas, como venganza vana del pueblo a la distancia entre los gobernados y el gobierno.
La ciencia médica ha comprobado fehacientemente la realidad de la enfermedad vulgarmente conocida como mal del ladrillo, ya sabe, esa de que en cuanto un político se trepa a un tabique, de inmediato comienza a sentir vahídos, adquiere un sentimiento de superioridad sobre el resto de los mortales y un desprecio por los gobernados.
Pues bien, uno de los síntomas más documentados de este padecimiento es la proclividad del político o del funcionario si ya está colocado en alguna posición de poder, de irse de la lengua tan pronto como le ponen un micrófono, una cámara o una grabadora enfrente.
Parte de la sintomatología indica que el cerebro no está conectado con el habla, de lo que se deriva que, salvo muy contadas excepciones, se cumpla a cabalidad la sentencia de Días Ordaz relativa a las repercusiones que tiene lo que se dice y lo que se guarda.
En el fondo, y por marrullero que sea para los negocios a la sombra del poder, para moverse en los pantanos de la grilla, para dejar tirados a sus oponentes y hasta a sus correligionarios en la lucha por figurar, el grillo mexicano es ingenuo, pues aquellos que están detrás del micrófono, sabrán interpretar el verdadero trasfondo de lo que están diciendo, a la hora de dar a conocer lo que se supone que quisieron decir, el político se enreda cada vez más y más, hasta quedar encuerado ante la opinión pública de lo que es en realidad, algo completamente diferente de lo que pretende convencer que es.
Seguramente recordará usted las imágenes que acompañaron a Felipe Calderón Hinojosa a lo largo de buena parte de su sexenio, la de un señor chaparrito y peloncito vestido con una guerrera que le quedaba muy, pero muy grande, ah pero eso sí, que estaba galonada con sus respectivas cinco estrellas y el águila de oro, indicativos del jefe supremo de las fuerzas armadas mexicanas.
Gachos, los caricaturistas no perdonan, Calderón efectivamente se puso una guerrera que seguramente no era de su talla, y además no se la abotonó, pero lo que detonó la burla y el escarnio de propios y extraños fue que quisiera dar la impresión de contar con todas las supuestas cualidades que pueda tener un militar, cuando que atrás se escondía un párvulo que nunca logró superar la etapa de jugar a los soldaditos.
A esto hay que agregar que muy temprano en su sexenio Felipe Calderón declaró la guerra contra el narctráfico, así con todas sus letras, belicoso entusiasmo que duró varios años, y al que ya para terminar su administración quiso matizar diciendo que no era una guerra, sino una lucha, que no era contra el narco sino contra el crimen organizado, y que él jamás había dicho lo que habían registrado las grabadoras de decenas de reporteros.
Las decenas de miles de desaparecidos y ejecutados en el período de seis años no fueron entonces los daños colaterales que dijo también en ocasión memorable, sino víctimas inocentes mientras el santo patrono de Los Pinos tocaba el arpa.
Por andar hablando de más, el presidente Calderón quemó sus mejores cartuchos, él y no otro es el inventor del “efecto cucaracha”, pues al querer darse la más amplia publicidad a su estrategia de enviar policías federales y tropas fuertemente pertrechadas a Tamaulipas, Guerrero, Michoacán o La Laguna, les daba a los criminales oportunidad y tiempo suficiente de planear sus vacaciones, si es que querían regresar a “la plaza”, o de plano ubicarse en otra menos caliente.
Los grandes operativos conjuntos de Calderón fueron un fracaso precisamente porque los cacareó antes de poner el huevo. Mal del ladrillo a todo lo que da, sobre todo para un acomplejado tipo chaparrito y peloncito.
En Coahuila tenemos un caso muy parecido, el de Rubén Moreira Valdés, quien a falta de dinero para gobernar como Dios manda, creó la fórmula de “una nueva forma de gobernar” a base exclusivamente de saliva, lastimosa estrategia que no engaña a nadie, y que al contrario, hacen pensar que el titular el ejecutivo coahuilense sí ve moros con tranchetes. ¿Qué hay más barato que erigirse en paladín de los derechos humanos y en ponerse a la cabeza de la búsqueda de las personas desaparecidas, y en el resolvedor de los casos de injusticia que abundan en el estado?, nada, algunos litros de saliva, las galletas y café cada vez que se reúne con los familiares de la víctimas, y poner a trabajar al aparato de procuración y administración de justicia que, al igual que la Comisión de Derechos Humanos y las áreas correspondientes en la estructura de gobierno, ya estaban allí, haciendo como que hacen, así que mejor que parezca que sí chambean, y sobre todo, que sí resuelven los problemas.
Donde Rubén incumplió el precepto de Días Ordaz, y donde omitió mirarse en el espejo de Felipe Calderón, fue a la hora mala en que inventó lo de la masacre de Allende. Fue el mismo gobernador el que reconoció que había miles de desparecidos, veinte veces más que los que anteriormente se habían atrevido los gobernantes a aceptar, pues con lo de Allende fue lo mismo, de su propia boca salió la cifra de los trescientos asesinados, desparecidos, ejecutados o el destino que haya tenido una importante proporción de los habitantes del pequeño municipio norteño.
Queriendo figurar como solo lo podía lograr su hermano y antecesor, Rubén echó a volar la versión esa de que en Allende había ocurrido uno de los peores hechos de violencia en el mundo occidental en la época contemporánea.
¿Pero qué cree?, que muy poca gente le hizo jalón. Incluso hubo un reportaje a nivel nacional donde, igual, se daban los números de los supuestos desaparecidos/ejecutados, pero solo se mostraban imágenes de varias casas de lujo demolidas a punta de metralla, y no pasó nada.
Comparado con lo de Ayotzinapa, el incidente de Allende equivale a siete veces el número de víctimas, y ni aquí ni en ningún lado se ha dado una reacción popular como la que se dio a raíz de lo de Iguala.
Ahora que se asustaron del fantasmón que trataron de levantar, salen con que no, no son 300, sino que no pasan de 50, y que la mayoría o todos se largaron para Estados Unidos para huir de la criminalidad, lo cual tiene sentido… a lo mejor por allí vienen las grandes revelaciones que Homero Ramos Gloria dará como conclusiones de la primera fase de la investigación, pero no hay garantías ni de esto ni de nada.
Durante tres años han espantado con el petate del muerto de los 300 de Allende, pero nunca han exhibido una lista de nombres, tampoco fotos como los de la normal de Ayotzinapa, y tan solo la promesa de interrogar a dos fulanos que habrían participado en lo que nadie sabe que fue, y que están detenidos, total, nada. Ánimas que nadie le hizo caso a Rubén de lo de Allende, todo por querer figurar en los noticieros y presentarse como héroe de las tragedias, a la fecha no han encontrado a nadie víctima del crimen organizado, apenas jovencitas fugadas y gente que se largó porque Coahuila, como el corrido, nomás de pasada, pero crímenes resueltos… ni uno.

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