ESCRIBE: JESÚS MARIO GONZÁLEZ S.
Debido a los acontecimientos presentados sobre el veto a la corridas de toros de lidia en Coahuila y al infortunio que tenemos, de sufrir un gobierno demagogo, déspota y beligerante con su pueblo. Me permito hacer del conocimiento general la tristeza que genera en mí el que un asunto de revanchismo personal se convierta para los aficionados del arte de la tauromaquia el adiós permanente a esta, nuestra fiesta.
Lesionar los intereses de un adversario político, en una lucha en la que se utiliza todo el aparato de gobierno, no son razón suficiente para acabar con la fiesta brava.
Y todo porque el gobierno de Rubén Moreira es un gobierno temeroso de perder el control político con la llegada de candidatos independientes, por eso busca desinformar a la población y de esta manera encontrar la aprobación ciudadana de una ley que atenta contra las garantías constitucionales.
Aun cuando se trate de una minoría, exigimos que el gobernador deje de satanizar con mitos y falsedades la elegancia de la fiesta brava y toda la cultura que de esta emana.
Debido al alto antitaurinismo que se ha generado en Saltillo por el anuncio del veto me permito copiarles a ustedes un fragmento escrito para la web solysombra y que contiene un profundo mensaje, una gran cantidad de cultura taurina y argot gitano:
«Sal con una chica que sea antitaurina. Encuéntrala en medio de la frenética ola de comentarios antitaurinos en una pulquería que tiene sobre su entrada un par de cuernos de toro de lidia.
Encuéntrala también dentro de la multitud de pezones al aire, de las manifestaciones de antitaurinos.
Donde la encuentres, descúbrela gritando con odio frenético alguna mentira sobre las corridas, y asegúrate de que la mueca de repudio perdure incluso cuando ya esté vestida.
Cautívala con trivialidades poco tolerantes; usa los típicos comentarios contra los maestros que se manifiestan o desmiente el número, ya de por sí escandaloso, de los narcomuertos, y ríe para tus adentros.
Llévala de compras en el Buen fin para que tenga un par de zapatos deportivos cómodos para la próxima manifestación antitaurina, y así ya no se queje de la fatiga.
Bésala frente a una pinta contra la reforma energética o el Peje o, si encuentras, una antitaurina que esté sobre el cartel del aniversario de La México, se sentirá como en una película.
Haz un comentario sobre el poco valor de los usos y costumbres de los mestizos.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una “relación sin corridas de toros”.
Descubre intereses y gustos comunes como el mezcal o el jazz, y construye un muro impenetrable para las corridas de toros en esta nueva forma de vivir los fines de semana.
Haz del espacio común un espacio “sagrado” y regresa a él cada vez que el aire te recuerde las tardes de toros con tu abuelo y tu padre.
Háblale de cosas como el último disco de esa banda hipster que tanto le gusta, llévala al parque a pasear al perro. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta de quiénes son los que van colándose a los primeros sitios del escalafón.
Proponle que sea tu novia y deja que decore tu depa, seguramente jamás volverás a tener un “rincón taurino” pero qué diablos si tendrás un par de rebozos de bolita enmarcados que sus amigos con gusto chulearán en cada visita.
Peléale por cosas insignificantes como que se burle de tu primo, el que prepara la paella en navidad.
Deja que pase el año taurino español sin que te des cuenta.
Comienza a darte cuenta de que en Insurgentes sigue en pie la plaza de toros.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invitala a cenar a un restaurante vegetariano en algún pueblo mágico. Tímidamente pídele a la mesera que traiga un caballito de la bebida local con el anillo dentro. Apenas se dé cuenta, proponle irse a vivir juntos pues el matrimonio no le parecerá lo más adecuado ya que es una feminista.
No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si sus amigos comienzan a tocar un “son”, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace igual sonríe mientras te quitas los lentes de pasta para que ella, ahora sí conozca tus pequeños y miopes ojos.
Deja que pase, una y otra vez, la Temporada grande, sin que te des cuenta. Construye una afición al futbol, la fotografía o el cine, en vez de ir a los toros.
Compra una bicicleta con canastilla y ten un par de gatos y tres perros de raza única (adoptados en algún “refugio nice”).
Trata de mantenerte vegetariano, falla a menudo. Sufre la típica crisis de quién se resiste a ir al gimnasio a practicar yoga (aunque las chicas sean tan guapas como lo fue tu chica). Sorpréndete por tu afición por la lucha libre, los supertazones o el taekwondo, la comida orgánica y la intolerancia hacia todo aquello que no sea “progresista”.
Envejece. Muere pero sólo después de haberte dado cuenta de que la chica que detesta las corridas de toros nunca hizo vibrar tu corazón con la pasión que se desborda una bailaora de flamenco, que nunca vivirán una tarde de toros para recordar juntos y que, probablemente, ella también morirá arrepentida porque en el fondo sabe que te gustaba un espectáculo cruel que jamás comprendió, y que tampoco sabrá nunca el significado de eso que decía su profesor de psicoanálisis : “a los toros hay que ir con tu amante…” Haz todas estas cosas carajo, porque no hay nada peor que una mujer aficionada a los toros.
Hazlo, te lo digo bien, porque una vida en el infierno vegetariano es mejor que una entre anécdotas taurinas del siglo antepasado. Hazlo porque una aficionada a los toros posee un vocabulario capaz de describirte como un manso de libro. Una memoria prodigiosa que evocará para ti tardes luminosas donde la belleza de un lance morantista la hizo vibrar, y seguramente vibraras casi como hizo ella y te hará sentir torero.
Una mujer así hace alarde de una afición que le permite identificar a un hombre ventajoso que torea con el pico de muleta a toros descastados y débiles, incapaz de amarla; y el tremendismo mediocre o pueblerino de quien la ama en demasía. Una afición, que hace de la mía, sólo una muestra de lo que es ser un tonto con osadía dentro de su plaza.
Hazlo, porque la mujer a quien le gustan los Toros, entiende de templanza, valor, vergüenza y arte. Las corridas le han enseñado el valor de la vida y de la muerte, la vida es como una tarde de toros para ella. Sabe y exige, como quien paga una entrada en una plaza de primera categoría en un cartel de “no hay billetes”; se dice tomasista.
Una mujer que es aficionada, sabe de distancias, del viento, del trapío y la bravura en el ruedo de cualquier plaza, en cualquier situación de la vida. Una mujer aficionada ha visto el miedo en los ojos de los toreros y cómo se les ha metido en las carnes con la fuerza del morrillo poderoso de la muerte. Sabe el significado de la máxima belmontina “se torea como se es” y la traslada a la vida; como también tiene claro el por qué del mote a Garza: “El ave de las tempestades” y reconoce el valor de los lotes… de esperar el clarín de cada paseíllo y del amargo decir “hubo hule”.
Y no necesita de ti para ir a una plaza de toros, sabe bien que no será agredida sexualmente ni se sentirá sola pues encontrará siempre un ‘alguien’ con quien comentar la corrida.
Sal con una antitaurina porque las aficionadas, saben de la importancia de la crianza del toro bravo, de la importancia de la integridad de este al llegar a la plaza, del por qué el torero no puede torear sino vestido de oro, de las ovaciones a los toros con trapío, de la importancia de la puya como fe de la bravura, del sentido barroco de los lances, de la necesidad de una buena brega y la singular entrega cuasi-minotáurica de las banderillas, de la posmoderna postura de los toreros que hacen de la faena una extensión de los sentidos de quienes observan, y de cómo éstos últimos se convierten en estetas envueltos en el frenesí de la belleza de este juego con la muerte.
Una aficionada será paciente en caso de que las condiciones del toro no sean las adecuadas o el torero ande de capa caída y se le vaya vivo el toro. Pero no lo será tanto cuando el torero falle con la espada una y otra vez.
Esta mujer reconoce la dimensión del valor que un torero demuestra al volver al ruedo luego de una cornada, intuye la magnitud del “verde esperanza y oro” con el que se vistió Padilla; de la fotografía de Silis toreando de salón en el hospital tras la cornada de Pachuca.
No salgas con una mujer así, porque ha aprendido a hacer crónicas o fichas de festejo y entonces, inevitablemente serás tú, cortándole las orejas a la Fernandita de la Mora, tú y el petardo con la Piedras Negras, tú y la “ovación caritativa” por el toro que no cuajaste, o peor… tú, el empresario ratero que no muestra los toros; tú, el juez vendido en cada festejo; tú, el picador que carga con leonas; tú, el torero que se corta la coleta pero que no deja de torear; tú, el aficionado que lanza el cojín a final de la corrida; tú, el torero de medio pelo que jamás triunfará en Madrid; tú, el torero que no puede con su lote; tú el revendedor en cinco de febrero; tú, la plaza con menos de media entrada; tú, el cobero que vitupera contra mujeres como ella pero es incapaz de ser honesto…
La aficionada se ha convertido en una “reventadora” de su vida, no en una bailaora o en apoderada, por eso su vida está llena de significados, oscuros y luminosos: donde la ropa no puede estar en la cama, donde no puede sino lidiar en puntas, con peso y trapío de una ganadería que respete la bravura de sus reses; una corrida donde la gente no pida música porque es ella quien logrará “la música callada del toreo”, una corrida donde la multitud sea capaz de pitar los toros chicos y guarde silencio mientras prepara la estocada; una vida en la que la técnica de la que dispone haga vibrar a quienes la observan, con la misma pasión con la que ella se entrega; ella sabe la importancia, sin duda, de los monosabios y los médicos de plaza, los respeta y admira… como también es capaz de recordar a Michín o Islero…
Ella en su corrida sabe que las chicuelinas aunque ajustadas están muy vistas y, como Adame, se luce con una Zapopina, le dice así y no Lopecina; estas mujeres saben preparar una bota para salir en volandas, por eso no puedes engañarlas, saben que eres débil y que seguramente no saldrás en hombros de su festejo, que sólo puedes ofrecerles una vida de mujer antitaurina.
Las mujeres aficionadas no se resignan a vivir sin quietud estatuaria ante la bravura… oh no. Las mujeres así no quieren pegar un petardo, quieren ser quienes lidien (aún con viento) a un toro bravo para abrir la puerta grande. Las mujeres así no dudan al decir que les gusta el toro cuando es oportuno, ni se ponen idiotas debatiendo con antitaurinos, como por mandiles lidian con el odio que les echan en cara y así es como ganan las batallas, mostrando agudeza al argumentar que ellas tienen derecho a ser mestizas y a comprender el mundo de una forma distinta, dueñas de una cosmovisión en la que el ritual de sangre cuida que el papel del hombre y el del toro, sean la representación del orden natural, dentro de una muy clara alegoría de la vida humana.
Por eso dile siempre: ¡fuera de mi camino mujer aficionada, toma la línea del metro que te deje en la estación San Antonio y llévate mi boleto de la tercera fila del primer tendido de sombra. Te odio torista, amargada, de verdad te odio, vete lejos con tus trincherazos y naturales ceñidos, largo hija de “una que te enseñó que para ser tratada como un ciudadano no necesitas andar con los pezones como bandera”!
la tortura no es arte ni cultura