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La república de la impunidad

Escribe: Alfredo Reyes Ramos.-

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En un coloquio sobre transparencia y rendición de cuentas, el extitular de la Auditoría Superior de la Federación, Arturo González de Aragón, manifestó que México debe dejar de ser “la república de la impunidad”, donde la corrupción ahoga nuestra vida pública, donde el saqueo de los recursos del pueblo es una constante y donde, de cada cien denuncias por corrupción que se presentan, sólo una se sanciona mientras que en Japón –agregó a modo de comparación- se castiga el 98 por ciento de los casos de corrupción que se presentan.

Y mire usted que tiene razón el prestigiado auditor, pues hace unos días fue cesado el gobernador de Tokio, Yoichi Masuzoe, por “graves actos de corrupción” consistentes en haber despilfarrado recursos públicos en hoteles de cinco estrellas, por consumos excesivos en restaurantes de lujo y por haber usado el vehículo oficial en viajes particulares y, aunque los especialistas jurídicos llegaron a la conclusión de que los gastos no eran ilegales sino éticamente inapropiados, aún así fue defenestrado.

Cierto es que Japón no es una república sino un imperio, pero ya lo habíamos comentado en este espacio, que un rey (una monarquía parlamentaria), siempre será un régimen mucho más barato que una presidencia imperial como la de México.

“Tengo de México la visión íntima de que es un país enfermo, contrahecho y prostituido por una clase gobernante rapaz, relapsa y corrupta”, dijo Narciso Bassols hace más de 70 años y es obvio que sigue vigente esa visión pesimista de este hombre ejemplar que fue secretario de Gobernación, diplomático y que siendo secretario de Educación -lo describe Novo- pagaba de su bolsa la gasolina del vehículo oficial asignado a su servicio y sin menoscabo a su investidura de ministro le mandaba poner media suela a sus zapatos, asunto que debería ser motivo de vergüenza, digamos, para un Jesús Ochoa Galindo, secretario local de Educación, que vive en la opulencia más insultante, tratándose de lo que en realidad es, un burócrata de medio pelo.

Ahora que ya no existe el autoritarismo presidencial parece que estamos peor ya que la partidocracia lo corrompe todo: El “Niño Verde” encumbrado en el partido político más degradante de México. Jesús Ortega y los “Chuchos”, dueños del PRD, paleros del sistema, como en los peores tiempos de “RAT”, el maestro de Ortega, Rafael Aguilar Talamantes. Ricardo Anaya y su cotidiana verborrea acusando al PRI de corrupto, cuando todos sabemos que la corrupción de la derecha panista es la peor, porque sirve de justificación a la de todos, ya que por más de 60 años en la oposición se suponía que eran los mejores, los más decentes, los de la brega de eternidad, nada, que son unos farsantes con lo peor del priísmo ahora militando en sus filas; Yunes, Aispuro, Lozano, Joaquín, Cué, Malova, etc.

Y conste que hablar de una “república de la impunidad” no es una exageración: Si en Inglaterra un ministro –Chris Huhne- se ve obligado a renunciar por tratar de ocultar una multa de tráfico, aquí no pasa nada porque un jefe de gobierno –Marcelo Ebrard- haya comprado decenas de trenes cuya ruedas no empatan con las vías del Metro. Mientras que una ministra sueca –Mona Sahlin- tuvo que renunciar por el desvío de 35 dólares para fines personales, aquí no pasa nada porque el panista Padrés haya construido en su rancho una presa de cien millones de pesos, misma que luego destruyó al ser descubierto.

Cierto es que el poder y la corrupción son inseparables en este País, está comprobado a través de nuestra historia, y lo peor de todo es que el poder político ha perdido autoridad moral para castigar la corrupción. En el 99 por ciento de los casos se recurre al olvido para calmar la indignación popular, y eso ya lo sabemos muy bien, que el olvido es el primer paso hacia la impunidad.

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