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IMSS ¿ruina o triunfo?

Por: Germán Martínez.-

REFORMA.- Fue mi último día en el IMSS. Llegué temprano a la oficina en Paseo de la Reforma, con la renuncia escrita. Era martes 21 de mayo, aniversario del natalicio del Presidente michoacano Lázaro Cárdenas. Desayuné con los miembros del Honorable Consejo Técnico (el gobierno del Seguro Social), testigos de mi adiós a una de las etapas más enriquecedoras de mi vida.

Algunos integrantes del Consejo habían sido presionados, desde las oficinas de la Secretaría de Hacienda, para aceptar una agenda de temas al margen del Director General: recortes financieros neoliberales que implicaban incluso no contratar más personal médico, un esquema de compras paralelo, entorpecer obra pública y aprobar nuevos delegados burocráticos, pero designados por los funcionarios hacendarios; en definitiva: control del patrimonio del IMSS. “No seré florero en el IMSS de decisiones tomadas fuera del IMSS”, leí en mi renuncia. A mi derecha escuchó esas palabras Hugo López-Gatell.

Algunos consejeros me llamaron días antes para solidarizarse conmigo, como Constantino Romero, decente sindicalista minero, o el valiente José Manuel López Campos, de CONCANACO; aunque algún otro me urgía a aceptar de rodillas las indicaciones de los funcionarios de Carlos Urzúa, quien siempre guardó silencio.

Acabar con el principal foco de corrupción era la tarea, que sí está en los jugosos contratos como los del hijo de Manuel Bartlett, pero son mayores las triquiñuelas fiscales para no pagar lo justo. Subcontratación laboral, facturas falsas, rotación de empleados, subestimación de pagos, roban capacidad financiera al Instituto, y son consecuencia directísima de una atención precaria a pacientes y de raquíticas jubilaciones. Ni en cobrar cuotas hubo comprensión de Hacienda. Días antes de mi dimisión, el 30 de abril, el Consejo atestiguó un espectáculo inédito, al aprobar una medida para flexibilizar (no eliminar) las garantías fiscales, y facilitar (no condonar) el cobro de cuotas a los empresarios. El plan salió adelante con el apoyo de los patrones y el voto en contra ¡de recaudar de Hacienda!; la decisión fue ratificada letra por letra recientemente, y anunciada como parte de la oferta del IMSS para apoyar a empresas en estos tiempos del coronavirus.

El equipo administrativo avalado por Urzúa ni pichaba, ni cachaba, ni dejaba batear los recursos, mientras el rezago en infraestructura crecía, y el abasto de medicamentos y otros servicios de soporte de vida peligraban. De esas omisiones están vivas las denuncias penales correspondientes.

Recuerdo con tristeza un episodio. Conocí, acompañado del Gobernador Adán Augusto López, el Hospital General de Villa Benito Juárez en Macuspana, Tabasco, cerca de Tepetitán, el pueblo natal del Presidente. Es un sanatorio destinado a los más necesitados; causaba más dolor del que curaba, tenía más burócratas que enfermeras y doctores, una botica famélica, aparatos inútiles, camas sucias con sábanas rotas, cuartos lúgubres. Respiré desolación, no consuelo. Sólo florecía a su alrededor un pasto verde y grande que acusaba la falta de mantenimiento. El Consejo aprobó comprárselo a Tabasco en 250 millones de pesos, y reinvertir ese dinero en modernizarlo para atender gratuitamente a los tabasqueños más pobres. ¿Resultado? La burocracia hacendaria, entonces, ahogó todo en un mar de trámites. Entiendo que el hospital sigue en la mugre y la miseria. Y justo allí, en esa comunidad el pasado 1 de marzo, sus paisanos abuchearon al Presidente por falta de resultados, según notas de periódicos.

El IMSS no es un Director General, los cargos son efímeros, esa Institución ha sorteado gobiernos de bonanzas, mandatos responsables, saqueos o frivolidades, y sigue en pie gracias a la generosidad y coraje de sus trabajadores y trabajadoras. Vive, triunfará y tiene futuro por los héroes anónimos del terrible cotidiano en el IMSS. A ellos: gratitud eterna.

El autor es senador de la República.

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