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De policías a policías: Saltillo=seguridad; los de Parras… ¡mejor ni hablar!

BAILE Y COCHINO…

Por Horacio Cárdenas

Con la anuencia de Ramiro Pérez, aún alcalde de Parras, los policías hacen de las suyas, pastorean a ladrones para que saqueen domicilios. Luego comparten el fruto de lo robado.

Hasta el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador dijo furibundo el fin de semana que las comparaciones son odiosas. Se refería por supuesto al hecho de que México hubiera llegado al nada prestigioso cuarto lugar mundial en cuanto a número de fallecimientos víctimas de la pandemia de coronavirus.

Si no hay comparación con Italia, con Francia, con España, con Bélgica que fue motivo de su última pataleta sobre el tema del COVID 19, en México estamos a todo mecate: sí, la gente se está muriendo, algunos adentro de los hospitales… otros afuera de los hospitales donde no los atendieron por no haber camas suficientes ni ventiladores en cantidad ni calidad requerida; sí, hay contagios por montones, auspiciados en parte por la urgencia presidencial de levantar cuanto antes las restricciones de movilidad, esto como medida para la reactivación de la economía mexicana, que a qué más que la verdad, está herida de muerte; sí, la gente tiene dudas, más que dudas, sospechas de que hay manipulación de los datos, los tristemente célebres otros datos, por parte de la burocracia federal, y que los muertos, los contagiados, los positivos, son cinco, diez o veces más que los que reportan, con lo que no, México no está en el cuarto lugar, estaría peleándole a Brasil el segundo, si no es que a los Estados Unidos el primerísimo.

Pero las comparaciones sirven precisamente para eso, no, no me malentienda, no sirven para llenarle el hígado de piedritas a la máxima autoridad del país, son útiles para saber qué es lo que estamos haciendo bien, qué es lo que estamos haciendo mal, y ya con esa base, replantear el esfuerzo y la aplicación de los recursos, de tal manera que lo que estamos haciendo bien, lo hagamos mejor, y lo que estamos haciendo mal, pues lo corrijamos, porque hay que ser de plano muy cabezotas para neciamente perseverar en lo que no está funcionando, y que solo puede llevarnos al barranco…, al despeñadero, para ponerlo en términos políticos, muy acordes con la retórica de la Cuarta Transformación.

Una vez hecha esta apología forzada de la comparación, hablemos de un asunto que durante años y más años había sido el coco de los gobiernos municipales de la ciudad de Saltillo. No hace falta darle demasiadas vueltas, el asunto de la inseguridad es uno que había resultado muy superior a los discursos, a la habilidad, a la capacidad, y finalmente a las ganas de los políticos que habían desfilado por la alcaldía.

Priístas iban, panistas venían, y la sarapera capital seguía llena de raterillos, ladrones, pandilleros, y demás personajes dedicadas a quitarle lo poco o lo mucho que tenían los ciudadanos de bien, y aun estos, a la primera oportunidad… pero no nos desviemos.

Saltillo llamaba la atención, sigue haciéndolo, de los visitantes por ser una ciudad enrejada. En efecto, casi no hay casas en las que las “protecciones” no sean lo primero con lo que se topa la vista de propios y extraños: las puertas de los zaguanes hace décadas que dejaron de estar abiertas de par en par, ah pero las ventanas, siempre enrejadas, y es que la burra no era arisca, pero luego de tantas veces que se metieron a robar… un buen cerrojo en el portón y rejas por donde con trabajos pueda pasar el gato, o ni ese, ¿Quién le manda salirse al animal?

Aun con Jericó Abramo, que implantó un auténtico sentimiento de terror entre la población con sus tres veces malditos GROMs, ni así se puede decir que mejoró la seguridad en Saltillo. Tuvo que venir la actual administración para plantear un modelo que, a las calladas, ha venido a revolucionar el tema de la seguridad, le llaman ciudadanización de la policía, pero comparado con otros esquemas como la de vecino vigilante, la de policía de barrio o de proximidad, hay una diferencia del cielo a la tierra.

¿De quién fue la idea de crear grupos del omnipresente whatsup, y vincularlos con el Grupo de Reacción Sureste?, a lo mejor del alcalde Manolo Jiménez, a lo mejor de algún subordinado, pero mire que ha pegado.

Los vecinos, que como buenos chaleros saltilleros, siempre están en el chisme, si ven algo sospechoso en su cuadra, para pronto le toman una foto, describen brevemente la situación, y la mandan al grupo de “whats”, ya con la evidencia en la pantalla, lo que resuelve lo de las llamadas falsas, y con la localización del que denuncia, se dejan venir una, dos, varias unidades, y sobres, les caen a los maleantes.

De veras, nunca habíamos visto a la gente feliz con sus policías, hasta por una víbora en el patio se apersonan para resolverle la crisis nerviosa a la ciudadana, por un choque, por un ladrón, el record es fenomenal, todo porque es la gente la que está cubriendo la parte de la denuncia, con elementos suficientes.

Hoy Saltillo es una de las ciudades más seguras del país, así lo dice la encuesta de percepción sobre inseguridad del INEGI, y aquí viene la odiosa comparación:

¿Conoce Parras, pueblo mágico al que se llega por una desviación a medio camino entre Saltillo y Torreón?, pues bien, de mágico no tiene nada, y de la relativa seguridad que se podría esperar en un pueblo más o menos pequeño, tampoco.

La policía de Parras es el terror de los habitantes de la ciudad y de los ejidos, donde han impuesto un régimen de acoso, de violencia, y ni qué decir de cómo se portan con los visitantes, a quienes ubican con ese ojo clínico que solo tienen los extorsionadores.

La policía de Parras ha hecho un jugoso negocio ¿a que no adivina con quiénes?, pues sí, con los propietarios de inmuebles en el municipio, quienes habiendo juntado un capitalito, y hartos del bullicio y los problemas de todo tipo de sus ciudades de origen, Saltillo, Torreón, Monterrey, se compraron una casita en el centro, en alguna de las colonias o fraccionamientos, y allí al pasito, las fueron acondicionando con comodidades, de acuerdo a sus posibilidades.

Ahora con la pandemia, pero desde por lo menos un año antes, coincidiendo con la llegada al poder de Ramiro Pérez Arciniega y su camarilla, se ha soltado una ola de robos en las casas que la gente, en Parras todo el mundo sabe todo de todos, fuereña tiene. Saben o intuyen que los dueños no van a venir en un mes, en tres meses, pues le pasan el tip a un ratero de los que tienen en la nómina, como si estos necesitaran el dato, de que tal casa está lista, y sobres, se dejan caer casi con inventario, si le digo que parecen camión de mudanzas, de lo cuidadosos que son para organizar los artículos que se van a llevar, los envuelven, los empaquetan, los preparan para “la extracción”, dedicándole a la chamba no quince minutos, sino que por su minuciosidad se ve que es trabajo de horas.

Hay casas que han desvalijado de todo a todo, hasta los muebles de baño, la ropa, los focos, los ventiladores de techo, todo. El modus operandi es que, nomás el ladrón sale con su carga, a pie o en carro, de inmediato es detenido por la patrulla “del sector”, cuyos tripulantes se encargan de la repartición de lo que traen, esto para ti, esto para nosotros, esto para la jefa, y así ha venido ocurriendo con muchas propiedades de fuereños que ni siquiera pueden acudir a ver qué les robaron, qué les dejaron, a poner otra chapa o arreglar la herrería rota, por no hablar de poner una denuncia por hechos de los que hasta el MP está enterado, y él mismo recomienda dejar las cosas como están, so pena de que la siguiente vez vayan y se metan a su casa cuando están los dueños dentro… más clara la amenaza, no podía ser.

Sí, las comparaciones son odiosas, que de perdida estas le sirvan si se le ocurre la peregrina idea de ir a Parras.

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