PENSAR PARA UN MUNDO QUE AUN NO EXISTE
De la pandemia o las disposiciones afectivas inconmensurables

Por: Ramsés Sánchez Soberano.-
La pandemia nos ha mostrado que el tiempo que está por venir no responde a una fluctuación lineal: esperar lo inesperado señala que lo que no deseamos que advenga tal vez ya ha llegado. La dureza de este dolor, una vez que nos ha secuestrado, se fenomenaliza como una agonía que ya no es una palabra vacía ni un concepto, sino la única realidad. Y, agonizando, ya han muerto nuestros muertos. Ya no hay vuelta atrás. ¿Debemos esperar la creación o liberación de la cura para aspirar a la nueva normalidad? Solo se espera en medio de la paz y el sosiego. El alma humana, ánima, aliento, enérgueia, se relaciona vitalmente con el halo de vida que los antiguos habían anunciado y cultivado. La vida como respiro, exhalación e inhalación singular, de un ser que se siente vivo requiere volver a ser planteada, revitalizada. El cuerpo, único y latente desde aquí, se siente a sí mismo en cada fase de su pathos y se obtura ante el dolor, el abandono del gusto y el olfato, la fiebre y la tos. Un sintagma que se ha adueñado del pensar: también la sintomatología ofrece una micropolítica: la salud se torna extraña y la psicosis colectiva esboza, en un lienzo de miedo, un rechazo a propios y a extraños: todos somos sospechosos.
En la época de la pandemia las prácticas sociales han puesto en suspenso su banalidad. Hoy es necesario jerarquizar lo que hay por hacer allá afuera. Jerarquía impensable para el ocio y juego de meses atrás.
No obstante, quienes aprendieron a comer entre hienas se sirven y devoran rápido. Y es así como se ha intentado controlar el comportamiento humano. Esta rapidez no es una cuestión de impaciencia, señala la lógica que domina la verdad en nuestra época. La modelación ha sido puesta al servicio del control de los pueblos. Ella es el fundamento para la toma de decisiones y para la administración de los espacios y el tiempo. No importa si entre ellos hay márgenes inalcanzables, fantasmas, diferencias invisibles, imposibilidades físicas o miserias enterradas o de superficie, letanías o rituales que no permitan estar en casa; tampoco si la casa existe, si el techo es susceptible de protección o si el alimento está a disposición. El demente, el que está en situación de calle, el indígena, ascienden desde ahora a una nueva tipología de enemigo y peligro.
La prueba de que la sociedad es controlable a partir de representaciones vacías ha fracasado. El comportamiento de las curvas es cuestión de números y estadísticas; mientras que la transmisión pertenece a seres vivos. Y las curvas representan el baile de la transmisión. La vuelta a las actividades cuasi-cotidianas, a pesar de sus diferencias geopolíticas, es una apuesta que oscila entre una tesis de salud general y de reactivación económica mundial. Pero el ser de la socialidad sigue estando intacto. Nadie lanza la pregunta fundamental. Los humanistas – sociólogos, filósofos, psicólogos, educadores, etcétera – que no se han sometido a la totalidad de la representación, se han dado a la tarea de replantearla. Sin embargo, ante un mundo escéptico, necesitado de pruebas y demostraciones para creer en la verdad, la tesis acerca de la voluntad y el ethos, como modos originarios de la socialidad, huelen al hedor del hombre viejo.
Los datos no son confiables – asevera el científico en busca de soluciones inmediatas – hay que hacer un levantamiento sin precedentes – señala el burócrata rebasado por la situación. No hay por qué entrar en pánico – rubrica el político al sospechar que sus números no consideraron el azar y lo inesperado: el miedo y las crisis surgidas en la psique general. Disposiciones afectivas inconmensurables. Y la risa del idiota se acrecienta al experimentar que es posible desorientar la sociedad gracias a la producción semántica de noticias falsas – las noticias que desestabilizan se comportan como órganos vivientes – señala el estudioso de la realidad virtual – y sus sirvientes aplauden. Es así que, ante la incertidumbre “se” deben usar los métodos cualitativos y cuantitativos por ser más confiables. Ellos son necesarios ante el imperativo de que la verdad se oculta hasta poder ser comprobada.
Si la respuesta a la pregunta que hoy nos impone la realidad debe nacer desde el ámbito de las matemáticas, entonces hay que ascender hacia un territorio donde el entorno que nos rodee sea pura eternidad. Pero ese no es nuestro caso. Aquí abajo, en medio de y con otros, necesitamos abastecernos de alimentos, resguardarnos en nuestros lugares familiares, vestirnos, ducharnos y trabajar para continuar con el régimen de la vida que oscila, va y viene. Pocos han llegado a la situación en la que han convertido su trabajo en goce. Los muchos están afuera. Deben salir a una realidad que, gracias al idiota y a las estadísticas, se torna hostil y amenazadora. Hay zonas donde la protección es una ilusión, hay casas donde no es posible tomar distancia, ni alimentarse saludablemente, ni guardar la calma. Y estos invisibles son hoy, para quienes están en casa, los que amenazan su salud y su integridad. Y son los que están pagando moralmente su falta. Y así, una vez más, no estamos ante un problema formal: son los modos de convivencia, el manejo de la soledad, la manera en la que cualificamos al otro desde donde saldremos finalmente de esta calamidad. Es la seña que la vida, humana, animal, ecoesférica, microbiológica, endémica o exógena, etcétera, encuentre y sea comprendida desde su lógica. Y esta certeza no es formalizable: es la certeza de que solo ante el advenimiento de la máxima responsabilidad – empezando por los espacios ínfimos – el tono apocalíptico del presente vendrá a revelarnos una nueva pausa.
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