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Los hijos, la perdición de los presidentes

BAILE Y COCHINO

Por Horacio Cárdenas.-

Cuenta una anécdota, vaya usted a saber qué tan cierta o que tanto tenga de fábula, que una vez llegó el hijo del presidente Adolfo López Mateos muy contento, y le presumió a su papá: papi, me acaban de nombrar gerente general de una de las empresas más grandes del país ¿no te da gusto?, a lo que el presidente, viejo colmilludo de la todavía más vieja guardia, le contestó: en este momento vas, y renuncias, ningún empresario de medio pelo va a andar presumiendo que tiene de empleado al hijo del presidente de la República. 

Como anécdota o como enseñanza, no deja de ser excelente para quienes viven o quienes quieren dedicarse a la política, cuando menos en este país. Y es que, a qué más que la verdad, los hijos son la perdición, de cualquier padre, pero sobre todo de los políticos. La historia reciente del país está atiborrada de casos dignos de rememorar, por más que quienes se vieron involucrados en ellos quisieran borrarlos de la memoria… de la propia y de la del pueblo, no porque hayan tenido que aguantar sus excesos, sino porque los asocian a ellos, que quisieran llegar prístinos e impolutos a ser juzgados por el tribunal de la historia… como si esta vacilada existiera.

Recordamos que un hijo de José López Portillo, de nombre José Ramón López, ¿dónde, dónde hemos escuchado ese nombre?, bueno, el hijo de uno que durante muchos años fue considerado como el peor presidente del México de los tiempos modernos, pues había terminado de estudiar, y había que ponerlo a hacer algo, no se fuera a malear el muchacho. Pues desfachatado como siempre fue su papá, lo designó subsecretario de planeación, así nada más, un escuincle recién salido de las aulas, y ya era funcionario de tercer nivel en la estructura del poder ejecutivo. 

Por supuesto, para acallar las críticas, sobre todo de los periodistas que, ¡ah cómo ladillan! Desde entonces, dijo que José Ramón era el orgullo de su nepotismo, y allí lo dejó en la subsecretaría, y cómo suelen ser esas cosas, todavía su sucesor Miguel de la Madrid lo ratificó en el cargo, de donde luego salió muy a las calladas, como queriendo que nadie lo notara.

Otro caso de vástagos presidenciales que terminan enlodando el buen nombre, es un decir, de sus progenitores, lo encontramos en los hijos de Felipe Calderón Hinojosa, todavía muy niños cuando su papá fue presidente. No sabemos si fue idea de él, o de su esposa Margarita, o de algún lamesuelas de esos que nunca faltan a los gobernantes, quien en ocasión de un desfile del 16 de septiembre, que iban a presenciar en familia los Calderón, ordenó confeccionar y vestir a los dos escuincles con uniformes militares, allí tiene a los chilpayates disfrazados, uno de mayor y el otro de teniente coronel del Ejército Mexicano, y obvio, mientras algunos festejaban la payasada infantiloide que se representaba en el balcón presidencial, otros recordaban que lo que estaba haciendo el presidente era una violación a la ordenanza y al código penal que prohíbe la usurpación de cargo y grados militares. Obvio, no pasó nada.

¿Cómo olvidar casos como el de un hijo de Ernesto Zedillo, este adolescente cuando papi era presidente, quien al más puro estilo de los narcotraficantes de Jalisco y Sinaloa, se enseñoreaba de los antros y discotecas de los destinos de playa, agandallándose a las muchachas que le llenaban el ojo, y ordenando a sus escoltas del bendito estado mayor presidencial que golpearan o lo que hubiera menester a quienes le estorbaran en sus romances veraniegos?, ¿o el caso de los hijos putativos de Vicente Fox, los hermanitos Bribiesca, hijos de Martita, que le dieron vuelo a la influencia del padrastro en negocios con PEMEX, inmobiliarios y donde se les ocurrió meter mano?, ¿o el hijo de Carlos Salinas de Gortari, el buen Emiliano como dice el corrido revolucionario, acusado, no aquí donde todo se sigue pudiendo, sino en Estados Unidos de hacer cosas inconfesables a mujeres tratadas como esclavas sexuales?

Así son los hijos de los políticos, y la verdad, que sería difícil que fueran de otra manera: ¿pues cómo?, si sus papás están dedicados primero a hacerse del poder, y luego a conservarlo?, encima tener que ocuparse de la formación de sus hijos… pues si para eso está, en su opinión, la señora, las mejores institutrices que el dinero pueda pagar, y por supuesto, los escoltas del EMP que no los dejaban ni a sol ni sombra, que fueron los que realmente acompañaron a los juniors durante los años de gloria de sus padres.

Y así llegamos al hijo de moda, el junior por antonomasia, el que no solo comparte los nombres y el primer apellido con aquel que comentábamos antes, sino hasta el mote, el orgullo del nepotismo de su papá, José Ramón López Beltrán. 

No son pocos los que han acusado, con saña neoliberal, a Andrés Manuel López Obrador de ser una persona que nunca ha trabajado. Esto más parece una sentencia saltillera de unos que desprecian a otros, porque Andrés Manuel sí trabajó, por lo menos los cinco años que fue jefe de gobierno del Distrito Federal, cuando era Distrito Federal, eso debe contar para algo, no lo suficiente como para conseguir una pensión del ISSSTE, pero para algo, también fue dirigente partidista, cuando militaba en sus mocedades dentro del Partido Revolucionario Institucional, pero sí, habría que coincidir con sus malquerientes que, así como que haya cotizado muchas semanas al IMSS o al ISSSTE, pues como que no. 

Partiendo de eso, lo mismo o muy similar podría decirse de su hijo José Ramón López Beltrán, quien ahora se ostenta como abogado, y no un leguleyo cualquiera, sino alguien que lo mismo puede ejercer en tierra de Indias que en los Estados Unidos, donde según él mismo lo dice, y consta en los anales de una empresa fantasma, se desempeña como asesor legal.

 ¿De qué ha trabajado, de qué ha vivido el junior durante toda su vida?, porque tampoco es ningún polluelo, acumula sus buenos cuarenta años de edad, y dijéramos, papi Andrés Manuel es propietario de alguna empresa, de preferencia muy grande, para tenerlo sin chambear por cuatro décadas, a él y al resto de su familia, pero no, su empresa siempre fue hacerse del poder, en la que perseveraron hasta lograrlo. Eso sí, hijo de tigre, pintito, uno que no trabaja, hijo de otro que no trabaja, que presume ser pobre y no tener ni tierras ni nada, ¿entonces? ¿o nos van a decir que López Obrador está feliz de que López Beltrán haya hecho un buen matrimonio, pues la señora Caroline tiene dinero?

Por la boca muere el pez, en el caso de López Obrador no todavía, aunque está muy cerca de haber cometido varios delitos por revelar secretos que solo la Secretaría de Hacienda puede tener, pero si no, los políticos mueren por sus hijos, y si no lo mata de tristeza José Ramón, lo matará de un coraje el buenazo para nada.

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