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Jerico Abramo nos quiere ver la cara, los número son exactos: Cero obra pues cero deuda

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Escribe: Luis Enriquez

Los números son exactos, por eso cuando el alcalde Jericó Abramo habla de que dejará cero deuda en la administración municipal de Saltillo, basta mirar para atrás y darse cuenta de que también dejará cero obra realizada en por lo menos los dos últimos años, o lo que es lo mismo, durante la mitad de su administración nadie sabe hacia donde dirigió la gran cantidad de recursos que recibe el ayuntamiento por diversos impuestos, multas y participaciones del estado y la federación.
Abramo Masso no tiene empacho en mentir. El engaño es parte de su personalidad. Lo mismo engañó a Humberto Moreira para que le diera el puesto que hoy ocupa que intenta engañar a Rubén Moreira haciéndole creer que él y nadie más sigue las instrucciones del mandatario estatal al pié de la letra.
Y es que el alcalde no tiene otra opción. O engaña al gobernador o los diputados y quien sea su sucesor, del PRI, del PAN, del PRD o de Morena, lo van a convertir en piñata, y a golpes van a indicar uno a uno los yerros y ladronadas que se han cometido en aras de una «mejor administración».
Las pruebas para ello son muchas y contundentes. Nada más es necesario hablar de obras cuyos costos fueron inflados a más no poder para beneficiar a una empresa constructora de su propiedad, o de su familia, en este caso da igual.
¿Sabe la gente qué ha hecho el alcalde de Saltillo con las decenas de millones de pesos que ingresan a las arcas del ayuntamiento?
Pues en casi cuatro años de gobierno, el señor, con recursos que le obsequió Humberto Moreira, construyó el biblioparque, –esto quiere decir que no fue dinero que salió de las registradoras del ayuntamiento- después con recursos propios de la administración municipal se construyó un puente peatonal y se les dio una manita de gato a unas cuantas plazas que estaban por el rumbo donde tienen su residencia el gobernador y el alcalde.
También se colocaron unos cuantos metros de cordón cuneta y renovaron unas deena de banquetas del centro de la ciudad, pero estos trabajos

fueron hechos con la idea y fin de apoyar a la constructora de Dante Abramo que de esa forma logró colocar «en el mercado de la construcción» miles de metros cuadrados de piso de pasta con el que se había quedado, al ser desfasado este material por el vitropiso. Ahí lo tuvo guardado, en lo que fuera una fábrica de pisos, a un lado del lienzo charro. Y ahí quedó todo ese inservible material hasta que llegó Jericó al poder y pudieron recuperar parte del dinero que invirtieron hace ya muchos años en esa fábrica productora de pisos.
Ah, pero también se «construyó» la Ciclovía, una de las payasadas más grandes de que se tenga memoria en Saltillo y que, seguramente, será disuelta por la nueva administración que preceda al actual alcalde. A precios exhorbitantes se planeó, le quitaron un carril al pavimento de las calles y colocaron unos artefactos que consiguieron a precio de remate pero que la empresa de Dante Abramo se encargó de darles el valor apropiado para contar con ganancias escandalosas.
También no hay que olvidar el puente peatonal del Seguro Social, cuyo costo casi iguala a uno de los megapuentes que dejó de herencia a los saltillenses el profesor Humberto Moreira Valdés y que en magnitud nada tienen de comparación el uno con el

otro. Quizá la única comparación real es el precio con el que fueron construidos cada uno.
De lo que después se ha hecho, todo son para obras de la constructora Abramo Masso y asociados. Pintar cordones cuneta y hasta banquetas, pintar puentes, pintar semáforos, pintar rayas en el pavimento… Pintar, pintar, pintar ha sido el negocio de este cuatrienio que está por concluir, es el más jugoso de los negocios que ha convertido en millonaria a la familia en el poder.
A cambio de esa corrupción, y de ese sometimiento de la sociedad, Jericó Abramo ha regalado un servicio de transporte colectivo en pésimas condiciones, con incrementos sustanciosos en las tarifas, incremento a los precios del agua, duplicidad en el cobro de uso de drenaje, incremento al impuesto predial y al de todos los servicios que presta el ayuntamiento, incremento en las multas que aplican los departamentos de policía y tránsito de Saltillo.
Y de todo esto, lo más grave sin duda, el incremento en la inseguridad. Por un lado los robacarros, por el otro los expendedores de bebidas embriagantes, los secuestros, las balaceras, los daños a las propiedades y el creciente temor de los ciudadanos a delincuentes y quienes se ostentan como miembros de los Groms, grupo

de choque abusivo que lesiona los intereses ciudadanos porque no sus integrantes no tienen educación. Los enseñaron a golpear, a usar las armas, pero no a distinguir entre lo que es una familia normal, una persona sin problemas a un grupo de delincuentes. A los primeros los acechan en cada esquina, a los segundos «extrañamente» los dejan trabajar, al grado de que diariamente se pierden hasta diez vehículos, unos les son arrebatados a sus dueños con lujo de violencia mientras esperan un cambio de semáforo, otros se los llevan de los domicilios particulares a altas horas de la noche, cuando los propietarios duermen.
Pero eso sí, nada más aparece en sus oficinas de Saltillo, el alcalde llega acompañado ya no nada más por un séquito de colaboradores sino ahora por una nube de policías armados hasta las cachas. De ese tamaño es su miedo.
Y no precisamente el miedo a los delincuentes que no ha podido detener, o a los propietarios de bares y cantinas que cerró porque le dio su gana y para beneficiar a unos cuantos cantineros, ni miedo a los yonqueros que tuvieron que emigrar, no, su miedo es con la sociedad, a la que ha sangrado hasta el cansancio y de la que se quiere llevar como el gran recuerdo de que un día fue presidente municipal de Saltillo, las últimas monedas que suenen en las cajas registradoras. Y ni modo. Así lo eligieron.
En fin, esos son los resultados de cuatro años de infierno en las calles de Saltillo, cuatro años de infierno para la sociedad en general y cuatro años de bonanza para la familia Abramo Masso.
Por eso cuando hablan de la frase cero deuda, como endilgándosela a Humberto Moreira, cabe la pena señalar que los números son exactos, además de que a cada acción hay una reacción. No estamos descubriendo el hilo negro. Jericó Abramo no dejará deuda porque tampoco dejará obra.
Sería bueno que para cerrar con broche de oro su administración, nos hablara como Don Porfirio Díaz cuando se le preguntaba sobre el estado de las finanzas del país.
«Lo que entró, salió». No más.

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