Qué difícil es gobernar un ayuntamiento cuando es cabecera municipal.
Eso ha de pensar el alcalde de Saltillo Isidro López Villarreal quien ha tenido que recurrir a mil y un artimañas para evadir las embestidas que le dan, no las vaquillas esas que lo revuelcan cuando tiene la ocurrencia de hacerle al torero villa melón, sino los colaboradores del gobernador Rubén Moreira a los que no acaba de gustarles su forma de gobernar, si así se le puede llamar a lo que está haciendo con la capital del estado.
Por eso ha tenido que desviar muchos millones de pesos para el pago de asesores que le indiquen por donde se llega a Roma, cuando sabemos que todos los caminos, sin gastar tanto, llevan a ese sitio. En otras palabras, para lograr una cercanía con el gobernador y tratar de limar las asperezas que surgieron desde las campañas y como consecuencia de pertenecer a partidos políticos distintos, no es necesario mas que bajarse del pedestal del orgullo y prepotencia con que vienen pintados los pañales de seda y declarar servilmente, como los obreros de las fábricas aunque odien hacerlo, que el mejor es el que manda, el que es dueño de la pelota y es el dador de vidas de Coahuila.
Así de claro. Es necesario que el alcalde se pliegue a los intereses y propuestas del gobernador Rubén Moreira y diga a todo que sí, al menos de dientes para afuera, para que de esa manera dejen de atormentarlo los secuaces gubernamentales que se meten hasta en las tasas de café, leen y adivinan los residuos que deja y de esta forma ya saben los pasos que dará durante el día.
Y ese tormento lo lleva a actuar en forma burda, a cometer u ordenar a sus subalternos que cometan pillerías que son descubiertas a la primera de cambios, como si se tratara de parvulitos que están haciendo sus pinitos en eso de los besos con la maestra de jardín de niños.
Nada más cómodo para un alcalde que estar bajo las órdenes del gobernador del estado. De decir a todo que sí, de agachar la cabeza, de cumplir las caprichosas disposiciones que le presentan para conseguir, con ello, la supervivencia y que los mosquitos dejen de atosigarlo a cada paso que da.
Estar bien con el gobernador ha sido la fórmula más rápida que ha encontrado el alcalde Isidro López para quitarse de encima una serie de problemas que se le venían presentando desde que se sentó en la silla de la presidencia municipal.
Mientras intentó enfrentarlo y contraatacar a quienes luchaban en su contra, las cosas fueron mal, pero apenas, con el cambio de asesores y el nombramiento de otros, entre ellos el del jefe de prensa e imagen, se percató que remar contra la corriente no era la opción más adecuada para llevar a buen puerto su administración y para realizar los negocios prudentes que le permitan recuperar el dinero que invirtió en la pasada campaña política, que no dije en la compra de la presidencia municipal.
Ahora, han llegado, después de varios meses, los días de alivio, de tranquilidad, de hacer lo que le venga en gana sin que nadie lo moleste. Lo mismo puede dejar que su tesorero se enriquezca con los bordos que está construyendo por todas las calles de Saltillo, o que su hermano Manuelito requiera de más concesiones de transporte público o que su cuñada recoja cheques por miles y miles de pesos sin que siquiera compruebe dónde o para quién trabaja e inclusive para que el Tío Rosendo Villarreal reciba caprichosos contratos como los que se adjudicaba en el tiempo que fungió como funcionario de Petróleos Mexicanos y que le permitieron amasar una cuantiosa, muy cuantiosa fortuna.
Este es un juego de la política. Isidro, tal parece, se ha plegado al fin a los intereses del gobierno del Estado, del gobernador Moreira, para ser más exactos; es una pieza más del tablero de ajedrez y ahora puede dedicarse, de lleno, a recuperar ese dinero suyo que gastó y a repartir entre su familia y sus cuates el dinero que «sobra» porque no hay nada más estúpido que regresar los impuestos al pueblo que los paga. Eso ni en la antigua Roma se estilaba.
La tranquilidad parece que vuelve al ayuntamiento de Saltillo y en esa tranquilidad hay trabajo y beneficio para unos cuantos, dinero para los amigos y los jilgueros y obras, muchas obras que se pueden realizar inflando costos y cobrando diezmos.
Es el gobierno municipal con el que soñó Isidro López.
Ahora, no abre más cantinas de las que ya abrió, que fueron todas las que había clausurado el nefasto exalcalde Jericó Abramo Masso. Ordenó no reabrir los yonques —cuyos propietarios ya habían cubierto su respectiva cuota para regresar a la actividad de deshuesar vehículos robados— y ahora hasta piensa en la posibilidad de mandar al carajo las casas de empeño que no son otra cosa mas que sitios a donde van a parar todas las cosas robadas.
Esas son disposiciones del gobernador Moreira para mantener la seguridad del pueblo ¿por qué no seguirle la corriente? Total más que las cuotas provenientes de esos negocios son los jugosos beneficios que deja estar haciendo obra, como diría Don Porfirio Díaz a un compadre que se quejaba de falta de dinero: «no te olvides de hacer obra».
Y entendió la señal Isidro López quien está dedicado de lleno a hacer obra, a poner bordos en las calles, a pintar banquetas, a plantar arbolitos, a hacer trabajitos de relumbrón, de los que las carteras brillarán después cual si fueran de oro.
Que bueno para Isidro que al fin se dio cuenta de que no hay cosa mejor que llevar la fiesta en paz con el mandatario estatal. Que malo para los habitantes de Saltillo que ahora deberán ver como los Lopitos agarran cuanta cosa de valor encuentren para tratar de recuperar las viejas glorias de la economía familiar. Así son las relaciones… hasta en los matrimonios.
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