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El que ya bailó

Dicen que de las pocas cosas memorables que dejó Carlos Sansores Pérez a su paso por la dirigencia del Partido Revolucionario Institucional cuando este era para duda de nadie, el partido aplanadora, es la sentencia aquella de: el que ya bailó… que se siente.
Mire que en aquellos años el PRI presumía y podía vanagloriarse de ser una estructura política monolítica, una que se apegaba de manera irrestricta a aquel otro principio de la política nacional atribuido a Fidel Velázquez, de que el que se mueve no sale en la foto, y así como esta a un conjunto de reglas no escritas todavía más que a los estatutos partidistas que por descontado, casi nadie había leído, ni siquiera aquellos que democráticamente habían votado para aprobarlos.
6_junio_moreira_bailando_857399951La sentencia de Sansores más que a una gentil reconvención, a un consejo paternalista, más que una recomendación suave, era una amenaza, la de que el partido así como encumbraba a un político, de la misma manera era capaz de voltearle la espalda para poner a otro, que no es que tuviera mayor merecimiento, y seguro tenía menos experiencia, pero el mero instinto de sobrevivencia mandaba que había que dejar los espacios de poder a otros para que también libaran en sus mieles, y así ir ampliando la base del partido para incluir a los que son, a los que fueron, y a los que serán, que reconociéndose todos como parte del mismo, le aportaban una mayor solidez, siempre indispensable.
Ejemplos de que en política, y en política a la mexicana peor, nadie considera que ha dado todo lo que puede dar, los tenemos por todos lados. De los más marcados por los niveles que llegaron a alcanzar, están los de quien fuera presidente Luis Echeverría Álvarez, quien no conforme con el retiro dorado, anduvo grillando hasta que su sucesor José López Portillo decidió enviarlo como embajador a donde ni siquiera había embajada de nuestro país, a las Islas Fidji, después de una patada tan contundente en salva sea la parte, y de que el gobierno federal acabara requisándole su instituto de estudios sobre el tercer mundo, parece que Echeverría entendió que el camino de la política, para él, se había acabado.
Un caso menos vergonzoso fue el de Miguel de la Madrid Hurtado, quien luego de ser presidente y confesando que en su casa se aburría, fue generosamente puesto a chambear… donde no pudiera hacerle daño a nadie, ni político ni de ningún otro tipo, Carlos Salinas de Gortari lo nombró director del Fondo de Cultura Económica, puesto que le respetó Ernesto Zedillo Ponce de León, si lástima que Vicente Fox no hubiera sido más gente, hablando de política, lo corrió, que si no, allí hubiera permanecido en calidad de fanstasmón por los años de los años. Pero claro, los Miguel de la Madrid se cuecen aparte.
Cuando un político se cae para arriba, ningunas ganas tiene de voltear a ver aquello que dejó tirado. Es el caso de Rogelio Montemayor, quien no duró ni una semana desde que entregó el poder en Coahuila hasta que fue llamado por Zedillo para ocupar la dirección general de PEMEX, ¿usted cree que Rogelio se acordaba algo del estado que acababa de dejar?, ni las tortillas de harina extrañaba.
Ah, pero cuando un político se queda en el aire, para pronto se olvida de lo que decía Sansores, y sí, se dedica a enchinchar, ¿en donde?, en donde puede, en donde se dejan, esto claro, hasta que no llega alguien a ponerle lo que el Peje Andrés Manuel López Obrador incorporó al folclor de la política mexicana: un “estatequieto”.
Ahora que Humberto Moreira Valdés ha vuelto a lanzar su enésimo buscapiés, de a ver qué cara le pone la gente a su pretensión de regresar a la política, queda demostrado que será muy profesor, pero alumno es bastante mediocre, pues al parecer o no se acuerda, o nunca lo oyó, o nunca se lo dijeron o simplemente no hace caso de la sentencia de su antecesor, Humberto ya bailó, y él menos que nadie está dispuesto a quedarse sentado.
A lo mejor, solo a lo mejor, es que quien fuera conocido en todo México con cierta sorna, como el gobernador bailarín, no puede estarse sosiego, pero en este caso no estamos hablando de bailongos como los de Abarca allá en Iguala, o de Aguirre en Chilpancingo, ni siquiera los del propio Moreira en el penal de Saltillo, quede claro que en ceremonia de preliberación, no como huesped, sino del baile político.
Humberto Moreira logró lo que para muchos sería impensable, que de un estado tan apartado de las grandes ligas de la grilla donde era gobernador, pudiera llegar a ser presidente del PRI nacional, está bien, le doró la píldora a Enrique Peña Nieto de que él le operaba la nominación, la candidatura y el triunfo en las urnas, y pues aquel le dijo que sí, que siendo el protagonista en ese instante, en el momento en que dejara de servirle, lo cambiaba, como realmente ocurrió cuando reventó el escándalo del desfalco y megafraude en las finanzas estatales.
Con la cola entre las patas salió Humberto por la puerta de atrás del partido. Haciendo lo que más trabajo le cuesta en esta vida, disciplinarse, tuvo que ceder y hasta a estudiar y hacer ejercicio se puso, ya nada más le faltaba aprender a montar a caballo, pero no ha llegado a tanto.
Inquieto como siempre ha sido, ahora Moreira amenaza, amenaza a la clase política tambaleante de un país que se desmorona, con regresar a la vida política, ya no bajo las siglas del PRI en el que siempre militó, sino de aquel o aquellos partidos que con tal de figurar, y salvar la prueba de la primera elección, son capaces de postular a quien para todos los efectos es un traidor a su partido, al sistema, a su ideología.
Pero si Humberto no ha entendido la parte superficial de la sentencia de que hay que hacerse un lado para que lleguen otros, tampoco ha comprendido que hay un sentido oculto debajo de ella, el de la amenaza de que que el partido, el gobierno, el sistema mismo es muy capaz de tomar represalias contra quien sea que se atreva a brincarse las trancas. Es cierto que el momento es coyuntural, las aguas nacionales están muy pero muy revueltas, momento en el que más de uno podría aprovecharse para sacar ventaja, pero también es una realidad que así como está de revuelto todo, el gobierno federal no está para aguantar traiciones de parte de los que considera que tiene bajo control o que le son propios, características ambas de Humberto Moreira.
Lo que menos quiere en este momento el gobierno de Enrique Peña Nieto es a un Humberto Moreira jugándole las contras desde la Cámara de Diputados, tampoco mirará con buenos ojos que se haya salido del refrigerador político donde lo había refundido. A como están de humor, no le extrañe que le pongan un “estatequieto” del tamaño del distribuidor vial Sarape o todavía más gordo.
Nada más para que lo piense, imagínese el volumen del expediente que tiene Gobernación de Humberto Moreria Valdés, tan documentado ha de estar que el presidente de la República no consideró prudente ponerlo siquiera de inspector de las trajineras de Xochimilco, para que nadie le sacara los trapos al sol, ah pero puestos a ello, imagínese la campaña que emprendería el gobierno y sus satélites con tal de mandar el mensaje a todo el mundo que las viejas reglas no escritas de la política a la mexicana siguen vigentes. Humberto está jugando con fuego, la quemada puede ser monumental, todo por no querer sentarse.

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