Baile y Cochino.-
Por Horacio Cárdenas.-

Hubo una época dorada en el sistema político mexicano, en el que algunos personajes se volvían más populares que si pertenecieran a la familia Kardashian, más famosos que los futbolistas, que los capos de tuti capi de los cárteles del narcotráfico, que las estrellitas de la farándula, más celebrados que las celebridades que nadie sabe porque las celebran, y es que había sobrada razón para ello. Porque habían recibido un gesto, porque se había corrido la voz, porque habían sido designados para integrar, o todavía mejor para encabezar el equipo de transición, el caso es que durante los meses transcurridos entre el triunfo electoral incuestionable, incontrovertible y por extensión, imposible de echar por tierra, y la toma de posesión del gobernante y su gabinete, eran aquellos integrantes del primer círculo a los que sí se podía la gente, alguna gente, aproximar, y como es obvio decirlo y siendo la carne tan débil, se dejaban querer.
Todavía en aquel sexenio que se presumió como el primero de la alternancia, el de Vicente Fox Quesada, el equipo de transición disfrutó del mejor de los mundos: viniendo como venía el presidente electo de la iniciativa privada y con las correspondientes costumbres históricas del panismo hecho gobierno, les consiguió a todos sueldos de secretarios de estado y a él mismo de presidente… todavía sin asumir. Ernesto Zedillo, ninguna lumbrera de la política pero queriendo hacer favores que luego cobraría, para pronto le abrió la chequera, y allí lo tiene, durante esos meses, México tuvo no uno sino dos gabinetes, el constitucional en funciones y el entrante, cuyos integrantes por demás está decir, se sentían en los cuernos de la luna, y con derecho a comerse todo el queso del que está hecha.
Ya luego se dieron el frentazo de que algunos de los que creían que estaban, se quedaron fuera, y es que el dicho popular “del plato a la boca se cae la sopa”, también es aplicable en política y sobre todo en política a la mexicana, esos que se sentían secretarios de estado, subsecretarios, directores generales de alguna paraestatal u organismo descentralizado, ni modo, tuvieron que conformarse con las migajas que les tiró su patrón, algunos envidiables contratos como proveedores de la administración pública, suculentos sí, pero que todos sabemos que no son lo mismo que estar en el candelero.
El problema del momento actual en Coahuila es que vivimos un estado de cosas de excepción, que a como se ha puesto de enredado el sistema político electoral, la excepción se está convirtiendo en regla. Todavía a la hora de teclear estas líneas, no puede decirse que esté decidido definitivamente el proceso electoral para la sucesión de gobernador. Desde la elección del 4 de junio ya olvidada por muchos ciudadanos, y que solo los políticos y los resentidos conservan viva, persiste la incertidumbre de si Miguel Ángel Riquelme Solís, con todo y el acta de mayoría que trae en el bolsillo desde hace meses, será quien asuma la gubernatura del estado. El asunto no es menor, porque aquí en el democrático, republicano y representativo Imperio Mexicano, sucursal Coahuila, la única institución que existe es la del gobernante, y si él o ella no bajan el dedo, nada se mueve, y por nada, entiéndase eso, nada.
Y sí, entre el mandatario actual, Rubén Moreira Valdés y su sucesor reconocido hasta este instante, se ha dado el debido trámite de iniciar el proceso de entrega y recepción, que involucra no solamente la transferencia de responsabilidades, saberes, y todo lo que la gente a ras de suelo jamás se entera, y a veces tampoco quienes reciben, dándose los cocolazos al transcurrir de los días. Pero esto es como dicen los niños, “de mentiritas”, más de forma que de fondo como dicen los sagaces políticos, porque ¿Cómo entregar a quien todavía no está habilitado legalmente para recibir? El teatro se armó completo en su momento, se nombró un encargado en jefe de la transición, José María Fraustro Siller, él mismo a punto de dejar de ser diputado presidente, y quien presumiblemente encabezaría el gabinete en el gobierno entrante, más un montón de comisiones a cual más de rimbombante en cuanto al membrete que se les plantó, pero detrás del cual no hay prácticamente nada, porque si el de arriba no sabe si se sienta, los demás menos.
No por nada la sospecha, probada en más de un caso de que poco o nada se ha entregado entre los que deben hacerlo y los que deberían ya haberlo recibido todo, debiendo pasar estos últimos días de anonimato de oro revisando expedientes de todo lo que tendrán de chamba de aquí a semana y media.
El último indicio lo dio el fin de semana Jesús Ochoa Galindo, todavía secretario de educación, y uno de los tres o cuatro brazos derechos de José María Fraustro, a quien todos los cafetólogos ubican o allí mismo o en otro puesto de primer nivel a la sombra de Chema. Dijo Chuy que a él no lo han invitado a integrarse al nuevo gobierno, que él, tan diligente como es para sus cosas, está dedicado al proceso entrega recepción, y a otros explosivos pendientillos de una lana que acusan los profes de la 38 que se ha perdido.
La pista no es para despreciarla, el titular de la Secretaría de Educación dice que está entregando, eso quiere decir que alguien está recibiendo, nos imaginamos que para proteger a los inocentes, se omite el nombre. Eso por un lado, por el otro, él que brincaría de un puesto de primer nivel a otro de primer nivel, él no está recibiendo nada, lo cual no cierra la puerta a que en cualquier instante suene el teléfono rojo para decirle ponte listo para ser el siguiente secretario de… (y aquí ponga el sueño con el que se sienta realizado).
Pero sea que Jesús Ochoa y los otros que se han mencionado para ocupar las principales carteras en el siguiente gobierno, en vez de estar dejándose adorar como era una de las delicias del sistema político mexicano en sexenios olvidados, estén ocupados en engañar con la verdad, o tratar de hacerlo, lo que esto provoca es preocupación, mucha preocupación entre los coahuilenses.
Mire, con un proceso electoral que debió quedar resuelto hace casi seis meses, y sabiendo cada quien a donde iba a ir, era una oportunidad única para que la transición tersa y sin sobresaltos, se diera de una manera eficiente, sin dejar de funcionar con los estándares mínimos que el pueblo tiene derecho a esperar de sus autoridades. Ah pero no, por esas veleidades de la burocracia política y electoral en el país, faltando meros días para el cambio de gobierno pocos o más bien nadie, sabe si se le va a hacer ser gobernador o integrante del gabinete, ¿le parece de pena ajena ser el único que llega disfrazado a una fiesta toda formal, porque fue el único que creyó que era de disfraces?, pues más o menos así de ridículos se estarán sintiendo quienes el próximo día uno de diciembre, debieran saber todo, tener todo el control, y se encuentren que no saben nada.
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