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Mirasierra, Nuevo Mirasierra…

BAILE Y COCHINO.-

Por Horacio Cárdenas

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Hace treinta años no existía Mirasierra. No existía ni el fraccionamiento Morelos, ni el Fraccionamiento Zaragoza, ni tantos otros asentamientos que han surgido en la zona orienta de Saltillo, tan solo había algunos ranchos, casas de descanso de la clase alta y media alta. Para los niños, jóvenes, deportistas, enamorados, era un sitio para explorar, para disfrutar de la naturaleza del semidesierto aquí, a pocos minutos en carro o a una cómoda caminata que tenía lo suyo de aventura. Para los cansados viajeros que venían del sur, era el último tranco para llegar a la capital de Coahuila, uno que ofrecía el último espejismo del viaje, pues la distancia aparente entre la carretera y la falda de la sierra, no es nada para despreciar, y tanto, que es allí donde de un tiempo para acá se está forjando una de las más trágicas historias de Saltillo y la región.

Cuando se comenzó a hablar de la posibilidad de construir grandes fraccionamientos de interés social en la larga franja de semidesierto entre Saltillo y Arteaga, algunos conservacionistas y arquitectos se opusieron. ¿Las razones?, primero que nada la afectación no solamente del paisaje, algo que en México nunca le ha importado mucho a nadie que ande queriendo ganarse algunos millones de pesos, pero sí mucho más importante, la afectación que necesariamente habría al asfaltar grandes extensiones de lo que hasta entonces había sido tierra que filtraba el agua de lluvia para recargar los mantos freáticos. No solo eso, se planteaba un complejo problema para el suministro de agua potable para los nuevos asentamientos, pues la línea de pozos al pie de la Sierra ya tenía destino, los hogares y las industrias en Saltillo, y así como lo veían los expertos, el impacto en primero bajarla y luego volver a subirla hacía inviable el proyecto que rebasaba el límite que los planes de desarrollo habían determinado como que era el máximo para esa zona específica.

Nada valieron los argumentos, y allí esta Mirasierra, Nuevo Mirasierra, y muchos otros fraccionamientos, en los que viven algunos de los habitantes menos favorecidos económicamente de Saltillo. La historia es la de siempre, para que sea negocio un fraccionamiento, un suculento negocio como les gusta a los potentados, tiene que realizarse en un terreno que sea muy barato, lo cual normalmente implica que esté bastante lejos de las áreas ya urbanizadas. ¿Y qué le importa a un empresario inmobiliario que les quede lejos su nueva casa a quienes la compren?, pues a él nada, y si ellos se detuvieran un momento a pensar en lo que van a gastar en transporte, se la pensarían dos veces antes de irse para allá. Solo con lo que gastan en camiones, ya es un baldón que pesa enormemente a sus posibilidades de aprovechar sus magros ingresos en otra cosa que no sea ir y venir a trabajar o estudiar, magros ingresos cuando los hay, porque tampoco se pensó en establecerlos cerca de fuentes de empleo que pudieran absorber a los miles de habitantes nuevos. Así se comienzan a tejer historias personales y familiares, algunas con un fuerte componente de desesperación, que degenera en violencia, como el caso del padre de familia que asesinó a su hijo de ocho años, antes de él mismo degollarse. Con todo lo horrendo de esta tragedia, no es más que el último eslabón de una ya larguísima cadena de ellas, antes de que se le sumen otros igual o peores, si todavía se puede más.

Decíamos al principio que hace treinta años no existía Mirasierra, así, sería fácil pensar que siendo una ciudad, como a ellos les gusta denominarse, una ciudad tan joven, debió haber nacido bajo los mejores auspicios, incluyendo proyectos de crecimiento urbano ordenado, con suficientes áreas verdes, con vialidades para bicicletas que no obligaran a los pobladores a tener coche o ser clientes cautivos del pésimo servicio de transporte colectivo, con espacios de esparcimiento y convivencia, con todo lo que usted guste imaginar que debería tener no un fraccionamiento, eso es pensar chiquito, sino un asentamiento en gran escala que además, capitalizara el aprendizaje de siglos de convivencia con el clima extremo, con el terregal, eso hablando solo del entorno físico, al que hay que sumar la difícil convivencia en los barrios en los que abundan los desocupados, los vicios que se gestan entre los jóvenes no atendidos, etc., hablando del entorno humano.

A lo mejor sería exagerado decir que nunca, que la vida fue fácil para nadie en Mirasierra, cuando no se metían las alimañas que bajan del monte, se inunda por el aluvión luego de una tormenta en la sierra, que además solía arrastrar piedras de todos tamaños, pero a lo mejor no, nos quedamos cortos: entre los problemas de los servicios públicos, comenzando por el que quiera y acabando por el otro que quiera, la inseguridad permanente por la falta de vigilancia policiaca, que propicia sea ambiente propicio para el florecimiento de  bandas criminales, pandilleros, vagos a secas, y demás, y tiene usted el panorama a vuelapluma de lo que es Mirasierra.

Quizá si hubiera aquello surgido no como un fraccionamiento de casas inhóspitas, en las que no se puede estar adentro en verano por el calor, y en invierno por el frío, donde lo que importaba era el negocio para los constructores, sino como un proyecto urbano integral para una zona de Saltillo que se abría al desarrollo, el problema no sería tan crítico como nos aparece hoy. Claro, los políticos nos dirán que en un trienio, cuatrienio, en un año, se puede resolver la “problemática” de una zona como Mirasierra, pero insistimos, si se hubiera previsto en lo que se podía convertir, y se hubiera dirigido su crecimiento, no estaríamos asustándonos y lamentándonos de que un día maten a un comandante de la policía afuera de su restaurant, que la gente avise con mantas a los posibles delincuentes que si los pescan los linchan o muy a la moda, les corten la mano, asaltos, violaciones, suicidios espeluznantes, y un sinfín de historias que no llegan a convertirse, o sí, en historiales policiacos.

¿Tiene Mirasierra remedio?, por supuesto que sí, pero habría que comenzar hoy a hacer lo que no se hizo hace treinta años: pensar en la gente y no en el dinero.

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